Sedientos

135 22 1
                                    


—No necesitas mi sangre para sustentarte.

Eso fue todo lo que pudo salir de mis labios ante su extraño comportamiento. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? Mi cuerpo también actuaba de una forma que no lograba comprender. Todos mis músculos se encontraban en tensión y mi corazón latía al borde del infarto en mi pecho. ¿Era miedo? No, no le temía a Asmord en aquellos instantes y tampoco mi fuego parecía tener ganas de salir a pasear. Entonces, ¿qué estaba pasando?

El vampiro esbozó una ladina sonrisa que transmitió una punzada de dolor a mi corazón. Era una sonrisa siniestra que me incitaba a permanecer allí, cerca de él.

—O puede que sí.

Se estaba burlando de mí. Se divertía tratándome como si fuera un ratón, como si fuera su presa. Pero quizás algún día cambiaran las tornas y pudiera demostrarle que no era una gatita indefensa. Nunca lo había sido.

—La herida se ha cerrado —con un fuerte tirón, liberé mi muñeca de su mano—. Y ahora tengo que volver a mi habitación.

No quería irme. O, mejor dicho, mi cuerpo se negaba a aumentar la distancia entre Asmord y yo. Realmente me sentía como una polilla guiada por la luz de una farola que la mataría si se acercaba demasiado. Así que reuní todas las fuerzas que me quedaban y escapé por la derecha, visualizando la puerta del aula justo frente a mí. Unos segundos más y podría huir.

—Kaiserin.

Su voz era diferente en ese momento. No me pareció enfadado, ni odioso, ni serio. Era un tono de voz casi dulce, o lo más dulce que Asmord podría llegar a sonar. Puede que la sorpresa fuera lo que me obligó a pararme en seco, a pocos pasos de la salida. No me giré. No quería mirarlo a la cara, aunque no entendía por qué. No estaba enfadada con él, no le tenía miedo, no lo odiaba... Pero no podía identificar qué era lo que sentía y por qué me estaba afectando tanto.

—Sabes que no podía decirte nada.

No, no podía decirme que Hesper había estado pensando en proponerme ser su nueva compañera. No podía traicionar la lealtad y la confianza que el rey había depositado en él. Cualquier persona lo hubiera comprendido, lo hubiera entendido. ¿Por qué me seguía sentando tan mal? No tenía mi confianza, por lo que no debería haber pensado que él podría avisarme sobre alguna clase de peligro u obstáculo en mi vida. Quizás porque él declaró que confiaba en mí había pensado de diferente forma. Sí, eso debía ser.

—Lo sé.

No dije nada más porque no hacía falta. Asmord me permitió seguir mi camino, pero no me sentí segura hasta que no tuve la puerta de mi habitación cerrada tras de mí. Apoyé mi espalda en ella y suspiré. Mi vida se estaba complicando por momentos.

¿Un día duro?

Dos ojos centelleantes me observaban desde mi cama. Su musculoso cuerpo cubierto de pelo negro descansaba sobre las sábanas. Su sola presencia lograba calmarme de una forma casi inimaginable. Era como mi propia conciencia, el mejor amigo que podría tener.

—Lo de siempre —respondí mientras caminaba hacia la cama y me sentaba a su lado—. Ámarok, necesito que me ayudes con algo.

Los aullidos rebotaron contra las paredes de la que era mi habitación. Cualquiera hubiera podido pensar que se trataba de un ataque lobuno, solo que era de risa. Ámarok no dejaba de aullar de la risa, como si hubiera contado el chiste más gracioso del mundo. En cambio, yo continuaba sentada en la cama, con los brazos cruzados en señal de molestia.

—No veo qué tiene esto de divertido —tercié.

Los neptunianos no estaban acostumbrados a sentir, no de la forma en la que yo lo hacía. Y precisamente por eso no era fácil reconocer qué era lo que me ocurría en cada momento, por qué y cómo ponerle fin. Como muchas otras veces, Ámarok me ayudaba, escuchando e identificando los sentimientos que me iban consumiendo poco a poco. Pero esta vez era diferente.

El mundo oculto del Espejo [SILENE #1]Where stories live. Discover now