MIEDOS ARRAIGADOS

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CAPÍTULO 12

MIEDOS ARRAIGADOS

—¿Todo los chicos están ahí?, aaah... no me digas eso. Y yo aquí tengo que vigilar a la mascota omega de mi amo y su cría.

El hombre era realmente escandaloso y las fusuma no se caracterizaban precisamente por se puertas discretas. Este se paseaba por el pasillo como si al hacerlo calmara la impaciencia que sentía por no estar donde él quería. Miró por un momento hacia la habitación que permanecía cerrada y chistando se sentó con las piernas cruzadas justo fuera de esta.

Takato que permanecía adentro en un silencio sepulcral, escuchaba atento lo que el hombre decía. Para nada le sorprendían sus palabras, pues desde que pisó la casa Himura todos le veían como un estorbo y una mancha en la vida de su Jefe. La realidad era que no le interesaba, se había acostumbrado a ser insultado tras las sombras, pues ninguno tenía el valor de decirlo en su cara.

Al menos tenían respeto por la bebé y eso era un alivio, pues no tendría que preocuparse porque ella fuera lastimada, en cambio, lo que a él le pasara le importaba poco.

Cinco largos meses habían pasado desde que la niña nació, y durante ese tiempo, Takato había hecho el mayor esfuerzo por "comportarse", dormía poco y se dedicaba las 24 horas del día los 7 días de la semana al cuidado de su pequeña. Era agotador, pero eso le había ayudado a mantenerse un tanto alejado de su secuestrador, evitando así mismo lidiar con problemas, golpes, humillaciones y dificultades para las cuales no tenía ni una sola gota de energía.

La vigilancia asfixiante a su alrededor había disminuido debido a que sus intentos de fuga habían cesado desde que la bebé nació, pero lo que no había cambiado era que cuando Himura no estaba en casa, debía haber una persona fuera de la habitación haciendo guardia. Al parecer, aunque la "confianza" se había ampliado a unos cuantos metros de radio, esta perdía validez en dichas ocasiones.

Al parecer en la mente del Yakuza, Takato siempre buscaría una oportunidad para huir... y tenía razón.

—Ah, yo también quiero jugar mahjong con ustedes... sabes qué... a la mierda esto, el Oyabun no se encuentra y volverá hasta mañana pasado medio día. Este omega tiene rato que se durmió y la niña igual.

La otra voz tras el teléfono le animaba para que se saliera y el hombre ni tardo ni perezoso se puso en un brinco de pie y siguió hablando.

—Me saldré por la puerta de servicio, nunca hay vigilancia después de las 10, que es cuando se va el último trabajador. Llegaré con ustedes en 30 minutos, solo en lo que tardo en encontrar un taxi. ¿Qué dices? ¿está lloviendo con este puto frío?... maldita sea... naa igual iré. Voy en camino, ten una cerveza lista para mí.

Takato en cuanto escuchó al hombre decir que se iría y la ruta que tomaría, sintió como su corazón se aceleraba presa de la adrenalina y el pensamiento osado que llegó a su cabeza en un instante.

Takato ¡Es ahora o nunca! – pensó decidido.

Esperó unos minutos hasta asegurarse de que el hombre se hubiera ido, en cuanto dejó de escuchar los pasos sobre el piso de madera, se levantó de la cama, miró a la pequeña que yacía en la cuna profundamente dormida, sonrió al ver las regordetas mejillas coloreadas de rojo cereza prueba de que el reconfortante calor la arropaba en esa fría noche y por un instante sintió una punzada por lo que iba a hacer, para de inmediato sacudir eso de su cabeza y apurarse.

Quitó el seguro y corrió la puerta, asomó la cabeza con temor, pero este se fue cuando vio el pasillo completamente solo. Volvió a cerrar la puerta y corrió hacia el pequeño armario con forma de panda.

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