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Noviembre, 1941

Uno de los grandes atractivos que poseía París era la gran cantidad de diseñadores prestigiosos que se encontraban en la ciudad, no en vano era llamado la capital de la moda. Uno de los más destacados era justamente de un hombre bastante joven y que padecía síndrome de Alexandria, destacando sus hermosos y raros ojos violetas.

Un hombre llegó a la puerta del lugar, tenía un letrero de plata con letras cursivas que decían Tousaint arriba de la puerta de madera, y a los lados había ventanales que mostraban las recientes colecciones de ropa. Un oficial le abrió la puerta y el hombre entró a la tienda observando las paredes blancas y lavanda, los vestidos de lujo y hermosos zapatos de cuero esperando a ser vendidos. Esa persona dirigió la mirada a un hombre de cabello castaño quien hablaba con su asistente, cuando se percató que lo miraban, sonrió.

—¡Flavio!, ¡qué gran sorpresa verte! —Pierre se acercó al italiano y se unieron en un gran abrazo —. ¿Por qué no me avisaste que vendrías? Te hubiera buscado o enviado a alguien.

El italiano soltó una tierna risa al escucharlo.

—Quería darles una sorpresa tanto a ti como a Luciana, al parecer resultó. Además, tengo que mirar unas telas a pedido de mi hermano.

—¿Qué tipos de telas? —El francés arqueó una ceja, intrigado de lo que había dicho su amigo.

—Te iré contando en el camino.

Ambos caminaron hacia el interior de la tienda, no sin antes decirle a la asistente que no dejara entrar a nadie bajo ningún motivo al salón de telas. Cuando las puertas cerraron detrás de ellos, había un pasillo que conducían a diferentes salones, pero los dos caminaban en línea recta.

—¿Cómo está la situación en Italia?

—Tranquilo. A veces los partisanos nos dan dolores de cabeza, pero nada de qué preocuparnos, ¿y aquí?

—No sabría cómo describirlo. No apoyo a Hitler, aunque Sieglinde me cae muy bien. No sé cómo describir lo que siento cuando veo a los alemanes marchando por las calles de mi ciudad. —La siempre alegre sonrisa del castaño se volvió melancólica. Flavio entendió que era mejor no seguir hablando del tema.

Cuando llegaron al salón de las telas, el italiano se deleitó por los colores, las texturas y los estampados de todas las telas acomodadas a la perfección en los estantes de madera. Era el lugar donde solo unos pocos seleccionados tenían la oportunidad de ver semejante belleza textil frente a sus ojos.

Apenas entraron al lugar, Pierre cerró la puerta con seguro, lo consideraba su lugar sagrado para trabajar y escoger sus nuevas inspiraciones sin que nadie más interviniera.

Los dos estaban escogiendo diferentes telas, principalmente colores oscuros ya que era un traje para André, pero a Pierre le llamó la atención que estaban pidiendo que separaran las telas más hermosas, tules y seda para un vestido de novia "¿Qué estarían planeando esos gemelos?" Era lo único en lo que podía pensar Pierre.

Flavio le pidió el favor a Pierre si podía bajar unos linos que tenía en lo alto del estante y con el mayor de los gustos aceptó. El italiano observó cómo alcanzaba los grandes rollos de tela, y los sujetaba con fuerza. Al llevar siempre la camisa remangada por comodidad, al francés se le notaban los músculos que se marcaban al agarrar la pesada tela.

Flavio sonrió al ver eso y soltó un silbido llamando la atención del hombre de ojos violeta.

—No me había dado cuenta de lo musculoso que eres.

—¿Cómo qué no? —Pierre dejó las telas y se acercó al pelinegro —. Siempre he sido fuerte.

—Que yo me acuerde, yo era quien tenía que cargarte cuando íbamos a follar, ¿ya no te acuerdas de eso, Pierre? —ronroneó la última palabra acercándose a su rostro.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now