Zozobra

118 5 45
                                    

Contrario a las mínimas expectativas de vida de Josef, logró sobrevivir a la noche. Al día siguiente, el médico guió a Sieglinde hasta la habitación donde estaba recuperándose, aprovechando que Irene había ido a desayunar. Desde la puerta lo vio, inconsciente, lleno de vendas cubriendo las heridas de su cuerpo, otras cubiertas de yeso producto de la fractura que había provocado un proyectil en el brazo izquierdo. Estaba conectado a suero intravenoso con medicamentos además de una bolsa de transfusión de sangre. Su rostro reflejaba en algunos momentos tranquilidad, en otros, arrugaba la cara producto del dolor.

Se veía tan indefenso, tan débil, pero se notaba la voluntad que tenía de vivir.

Sieglinde se sentó en la silla que estaba junto a la cama y le agarró la mano, acariciándola suavemente.

—No me imagino todo lo que tuviste que haber pasado para que llegaras a este estado... Todo por este conflicto en el que nunca pedimos entrar, pero que luchamos por amor a Alemania. Si vieras cómo Irene ha defendido tu matrimonio, estarías tan orgulloso de ella. —Soltó una risa y, sin darse cuenta, apretó la mano mientras contenía las lágrimas—. Estoy tan sola, Josef, todo el mundo me ha abandonado: Thomas me abandonó apenas vio la oportunidad, Ludwig nunca está en casa, Alec desapareció, y hace muy poco murió Reinhard. Todos me han dejado completamente sola, ¿y ahora tú? Me habías prometido que estarías conmigo sin importar que. Esto es tan injusto.

Se limpió las lágrimas que estaban saliendo de sus ojos, aun así, nunca le soltó la mano. Siguió hablando sola, con la voz entrecortada, esperando que en medio de la inconsciencia lo escuchara:

—Sé como eres de arrogante, orgulloso, quieres ser el mejor en todo, pero sobre todo tienes una voluntad inquebrantable, ¡así que tienes que salir adelante! ¡Tienes que sobrevivir! ¡Si crees que no hay nadie que se preocupa por ti yo sí lo hago! ¡Así que, por favor, sobrevive!

Se quedó un rato más hasta que le avisaron que no podía estar más tiempo en el lugar, por el cual le dio un simple beso en la frente que desbordó todo su cariño y amor hacia él, y se retiró de la habitación.

Aunque ese día Sieglinde se fue rápidamente de la clínica, con el permiso de Hitler pudo enlistarse como voluntaria en el hospital, ayudando a dar de comer a los militares heridos, y dando paseos con ellos en los jardines para su recuperación. Era reconfortante para ella, porque sentía que, por primera vez, podía ayudar en serio a las personas que más lo necesitaban.

Mientras Sieglinde hacía ese acto sincero, Hitler estaba más que emocionado por la idea, era la primera vez que su hija se veía como esa figura inocente y maternal que necesitaban los soldados alemanes.

Su jornada era simple, en la mañana cada dos días acompañaba a las enfermeras del voluntariado, al medio día visitaba a Josef, contando sus anécdotas esperando que en algún momento reaccionara, y en la tarde volvía a la Cancillería.

Una semana después, mientras Sieglinde estaba entregando el turno para ir a visitar a Josef, se percató de que varios médicos y enfermeros estaban corriendo hacia una misma dirección: era la habitación de su amigo. Sintiendo que el mundo se iba a pique, decidió salir corriendo en dirección hacia la misma, pero contrario a cualquier situación que había imaginado, era algo mucho más alentador.

Josef había despertado.

Una enfermera le indicó que no podía entrar en ese momento ya que lo estaban estabilizando, decidiendo esperar en la sala de espera el tiempo que fuera necesario. Al salir todos los miembros del área de la salud, la misma enfermera le dijo que podía pasar, por lo cual entró lentamente a la habitación.

A diferencia de los primeros días, estaba en una posición semi acostada, ya no tenía tantas vendas ni tubos en el cuerpo. Se destacaba principalmente la intravenosa que conectaba al suero, un vendaje en la cabeza, y el yeso en el brazo. Las otras heridas se habían recuperado o saturado. Sieglinde lo miró con una gran sonrisa, y sus ojos estaban aguados. En cambio, el hombre herido ni siquiera la miró, y tenía la mirada perdida. Parecía que miraba a la pared, pero en verdad no miraba nada. Aun así, Sieglinde decidió tomar la iniciativa:

De la A a la Z - Saga del Reich IIحيث تعيش القصص. اكتشف الآن