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La noticia de que Sieglinde había sido envenenada tardó más en propagarse en la Cancillería y llegar a Italia de lo que André tomó un vuelo hacia Berlín. El italiano nunca fue considerado una persona paciente, al punto de que por poco empujaba a los oficiales que custodiaban la habitación de la infanta, pero con todos los problemas que habían surgido a causa de su envenenamiento debía simplemente respirar y esperar al otro lado de la puerta. Afortunadamente, desde que se anunció no tuvo que esperar mucho tiempo para que le permitieran ingresar al cuarto. Caminó con rapidez y abrazó con fuerza a Sieglinde, quien estaba sentada en un sofá.

—Amore mio. Mi corazón por poco se paraliza al enterarme de la noticia ¿Cómo te encuentras?

—Ya estoy mucho mejor, no te preocupes por nada.

—¿Cómo no me voy a preocupar después de enterarme de que tienes enemigos dentro de tu lecho? Todos pagarán por lo que hicieron.

Sieglinde tomó la mano de André con delicadeza, dándole confort y ánimo para que cada vez confiara más en ella.

—Estoy totalmente segura de eso. Me alegra saber que estás aquí, André. —Al escuchar su nombre, el italiano sonrió con gran alegría.

—No te abandonaré, eres mi amada prometida. Apenas me enteré de lo que sucedió, pedí autorización para trasladarme a Berlín. Estaré contigo el mayor tiempo posible y trabajaré aquí.

Mientras sonreía con cansancio, Sieglinde analizaba si era buena idea el hecho de que el italiano se haya mudado a Alemania. Sabía que la amaba con locura y haría lo que fuera en pro de su relación, pero temía que en algún punto considerase a Ludwig como una amenaza. Además, tenía pleno conocimiento de que lo único en que no la apoyaría era en un eventual rescate de Alec, desde hace muchos años había resaltado su odio hacia el judío. Decidió proseguir con cuidado hasta que lograra descubrir con quién podía contar en verdad.

La puerta se abrió abruptamente dando paso a Hitler. André se levantó apresuradamente mientras alzaba su brazo y Sieglinde tomó fuerzas para levantarse. Aún se notaba el cansancio en su rostro, pero había recuperado algo de fuerza física.

Ignorando al italiano, Adolf abrazó a su hija y le dio un beso en la frente haciendo sonreír a la mujer.

—Mi niña hermosa ¿Cómo sigues?

—Ya me encuentro mucho mejor, mi Führer. Con el favor de Dios, en uno o dos días estaré recuperada por completo.

Hitler sonrió y dirigió la mirada a Andre.

—Espero que hayas tenido un buen viaje.

—Tengo que ser honesto, mi viaje fue tormentoso producto de la noticia, pero al ver los brillantes zafiros de Sieglinde fue cuando apenas comencé a sentirme bien. Le agradezco de antemano por su hospitalidad.

—Lamento no haberte recibido como te mereces... pero ya conoces las circunstancias detrás de eso. Decidí omitir las formalidades ya que no he podido pensar en nada más que en la guerra y mi hija, espero pueda tomar eso como un nivel de confianza de que siempre serás bienvenido.

—Es un honor para mi tener ese aprecio, mi Führer.

—Me gustaría que hablemos los tres a la hora del té, pero necesito en este momento a Sieglinde. Ven conmigo, tengo que mostrarte algo.

Mientras Sieglinde caminaba con una forzada determinación al lado de su padre producto de su debilidad, André se dirigió a un lado de Hitler intentando obtener su aprobación:

—Quiero ir con ustedes si me lo permiten.

—No —cortó Hitler de inmediato—, este asunto sólo le concierne a mi hija. No se preocupe, le contaré después los detalles.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now