Realidad

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En la cálida oficina se escuchaba únicamente el sonido de la pluma escribiendo en el papel, esparciendo sobre la misma la tinta que al formar ciertos ángulos terminaba creando letras, y al juntar las letras creaban palabras, y separaba un poco las palabras para formar oraciones coherentes. Al terminar de escribir esas oraciones, la dueña de la pluma agitó su mano varias veces encima del papel para que secara la tinta.

Mientras Sieglinde doblaba delicadamente la carta para meterlo en el sobre, Meridithia observaba con atención la acción de su señora. Tanto ella como sus allegados estaban preocupados por las actitudes que tenían la mujer, volviendo a ser un muro difícil de atravesar y hacer únicamente lo que creía que era correcto desde su punto de vista. Un suspiro llamó la atención de la sirvienta y se percató que Sieglinde le había extendido el sobre frente a ella.

— Te encomiendo la carta. Asegúrate de que llegue a su destino sin ningún intermediario que no te he mencionado, ni siquiera André.

La bajita mujer agarró el sobre y se acercó a la puerta, pero la misma fue abierta abruptamente por André, por lo cual Meridithia realizó una leve reverencia hacia el italiano antes de salir. André la miró de reojo, dándose cuenta del sobre que llevaba en su mano.

Sieglinde se sorprendió al ver el rostro de su prometido, no lo esperaba en lo absoluto ya que creía que no podrían encontrarse sino hasta la primavera. André se acercó a su amada y le dio un beso en el dorso de su mano, específicamente cerca de su anillo de compromiso.

— Veo que estás sorprendida sobre mi visita sorpresa.

— Tengo que admitir que no te esperaba, y no puedo atenderte como mereces, tengo audiencia con el Führer en quince minutos.

— No te preocupes, Sigi, cuando estés disponible sé que estarás conmigo todo el tiempo que desee. Además, fui yo quien vino de improvisto, mis disculpas.

Ambos jóvenes estaban en silencio, mientras que Sieglinde seguía sentada, André comenzaba a incomodarse al sentirse que no estaba lo suficientemente bien acomodado, sentía que su nuca le picaba como si miles de hormigas lo picasen, rascándose un poco y decidió sentar. Luego, la ansiedad de saber el contenido del sobre que llevaba la sirvienta celosamente le dio una sensación de inseguridad al creer que no sabía lo suficiente. Sentía que debía tener el control de todo.

— ¿Qué llevaba esa mujer en el sobre? —preguntó.

Por un momento, André sintió la fuerte mirada de Sieglinde sobre él, pero luego la mujer lo miró como si nada importara.

— Es una carta para Thomas. A pesar de que somos enemigos, también hago parte del cuerpo diplomático y me parece un poco injusto no haber enviado algún tipo de carta con lo que pasó con Pearl Harbor. —Sieglinde respondió generando la indignación de André.

— ¡¿Cómo puedes enviar una carta al hombre que te hizo daño?! ¡¿Acaso perdiste la cabeza?!

— Sea lo que sea, es mi deber hacerlo. Aun así, sabes que prefiero la diplomacia a la fuerza bruta de esta guerra.

— ¡Se me olvidó que eras mujer! ¡Con razón actúas de forma tan estúpida!

— ¡André!

Dos golpes a la puerta resonaron por toda la oficina, dando paso a un oficial de las SS quien detalló la tensa escena.

— ¿Se encuentra bien, señora? —preguntó el oficial.

— Sí, ¿qué quieres? —respondió Sieglinde con sequedad.

— El Führer requiere su presencia.

La mujer miró el reloj asustándose por lo rápido que pasaba el tiempo. Se llevó las dos manos a la cara y suspiró intentando desestresarse por todo lo que había pasado en los últimos segundos con André. Sieglinde se levantó de su silla y caminó hacia la salida ignorando a su prometido quien preguntó:

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now