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Los días de primavera llegaban a su máximo esplendor, con árboles coposos con sus verdes hojas mirando al cielo y las calles invadidas de flores y polen que generaba piquiña en la nariz a los pobres seres que sufrían de alergia. Sieglinde amaba las flores y las cuidaba con mucho cariño, incluso más de una persona comparaba a la mujer con la misma estación. Decidió caminar por los coloridos jardines de la cancillería para apreciar la belleza y el buen aroma para así poder despejar su mente de todo lo que había sucedido en los últimos meses.

Entre todos los colores, logró divisar las rosas que la mujer tanto amaba. No sólo era su flor favorita, sino que siempre que las veía lo primero que llegaba a su mente era Thomas. Sonrió al recordarlo y las apreció un poco más. Acarició uno de los pétalos y pensó en cómo sería volver a acariciar su mejilla ¿Su piel seguiría igual de suave como ese pétalo o tendría una pequeña barba que le picaría como las espinas más suaves de sus ramas?

Unas pisadas al fondo del jardín llamó la atención de la mujer, quien había supuesto que estaba sola, pero alguien se había adelantado. Ignorando el resto del paisaje, caminó hacia el árbol de la haya que ya había crecido varios centímetros, llegando a la altura de la cintura. Regando sus hojas, Ludwig estaba sentado en el suelo mientras hablaba al árbol, sus manos estaban sucias de tierra y alrededor del lugar había varias flores recién plantadas. Cuando sintió la presencia de su hermana, la saludó con un simple movimiento de mano y la invitó a hacerle compañía. Sieglinde se acomodó la falda para poder sentarse junto a su hermano sin arrugarla.

—Pensarás que hé perdido la cabeza al verme hablar con el árbol. —Sieglinde soltó una risa al escuchar eso.

—Para nada. Sé que estás hablando con Paul. A veces cuando hablo con las flores, creo que estoy hablando con Thomas y Alec.

Ambos soltaron una risa al escuchar las tonterías que decía el otro. Sieglinde miró con curiosidad las flores que estaban recién plantadas, y antes de que pudiera preguntar Ludwig se adelantó:

—Cuando termine esta guerra, me gustaría dedicarme a la jardinería.

—¿Jardinería? —El hombre asintió.

—Siempre he tenido un gusto oculto por las flores, cómo florecen con sus hermosos colores después del blanco invierno. Es algo simplemente indescriptible, un milagro.

—¿Y por qué no me habías comentado de esto antes?

—Solo imaginarlo sería una locura. Ludwig Hitler, el sucesor del Führer deseando no ser más que un florista. Todos los demás se habían burlado de mí y perdería el poco respeto que me tienen.

—Tienes razón, aún así, te apoyaré en todo lo que desees. Sembrará las más bellas flores que el mundo haya presenciado, y tus hijos correrán en medio de ellos.

Ludwig sonrió al imaginar ese futuro. Deseaba que en algún momento todo terminase para que se convirtiera en realidad.

Decidieron que era buena hora para entrar y tomar un té, por lo cual Sieglinde ayudó a levantar a su hermano del suelo y se despidieron del árbol antes de regresar a la Cancillería. En sus pasos se demostraba que la movilidad de Ludwig había mejorado considerablemente, pero aún requería algo de apoyo si necesitaba quedarse quieto por largos períodos de tiempo, por eso seguía usando su bastón de caoba con un diseño ornamentado en el mango.

A mitad de recorrido, lograron reconocer a Josef quién se acercaba a ellos. Sieglinde quería ir a saludarlo, pero no podía soltar a Ludwig, por lo cual agitó su mano en señal de saludo mientras se acercaba. Al verlo más de cerca, el hombre tenía en su manos dos cajas rectangulares de regalo. Saludó alegremente a Sieglinde con dos besos en sus mejillas y a Ludwig con un apretón en el hombro.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now