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En la residencia del duque de Lancaster, se encontraban Cedric, Thomas y Daisy tomando el té. El anfitrión vivía en una villa bastante grande llena de jardines y terrenos baldíos para cabalgar. Su castillo era del siglo XVI y poseía grandes riquezas no solo en oro sino en obras de arte de diferentes partes del mundo. La villa se encontraba a veinte minutos de Londres, alejado de todo el bullicio de la capital y también era fuera de rango de los bombardeos. Para los alemanes no les valía la pena lanzar bombas a un castillo en medio de la nada ya que sería considerado un desperdicio de recursos. Después de poner delicadamente la taza de té en la mesa, Cedric preguntó:

—¿Cómo sigue Sarah? ¿Por qué no vino a Inglaterra?

—Sarah se encuentra bien. Después de la estancia en la Casa Blanca decidió irse a Pennsylvania a vivir con sus tíos y su hermana menor. Creo que lo mejor es no involucrarla más en esta guerra. Ha sufrido mucho —habló la única mujer del grupo.

—Estoy de acuerdo con Daisy. Está rehaciendo su vida y lo último que necesita es más angustia. Ya tiene demasiado con la desaparición de Alec. —Thomas miró el piso al decir lo último. Rezaba todas las noches esperando que pudiera tener noticias de su gran amigo.

Cedric miró con preocupación a Thomas. Aunque al inicio le tenía cierta envidia la espontaneidad de la amistad de Alec, finalmente comprendió que era una buena persona y su desaparición había afectado mucho a su amigo. El británico no podía tener más pruebas para darse cuenta de que haberse mudado a Alemania había sido la peor decisión que había podido haber tomado el americano en la vida, pues el sufrimiento que llevaba en su corazón era incalculable.

Dos golpes en la puerta resonaron por todo el lugar y Cedric permitió la entrada. Era un mayordomo que tenía un papel en la mano.

—Mi señor, decodificamos este mensaje de parte de Lady Meredith. —Al entregarle el papel, el mayordomo se retiró.

Al leer las pocas palabras que se encontraban impresas, Cedric frunció el ceño con confusión y enojo en su mirada. Primero miró a Thomas y después a Daisy a quién se dirigió:

—Lamento pedirle este favor, pero necesito hablar con Thomas.

—¿Puedo saber el motivo? Se supone que no hay secretos de Estado conmigo, después de todo soy la hija del presidente del Senado de los Estados Unidos. —habló Daisy con seriedad.

—De hecho, este no es un asunto de Estado... más bien es personal.

La rubia entrecerró los ojos al escuchar lo último, dando una sospecha de lo que podía ser y se levantó con enojo de la silla.

—Bien, entonces me retiro. Espero no hagas ninguna estupidez, Thomas.

Thomas la miró extrañado mientras seguía con la mirada los pasos de la americana hacia la puerta. Cuando Cedric se aseguró de que no hubiera nadie más en la habitación y que la puerta fue cerrada con seguro, habló a su amigo:

—No se si lo sepas, pero Lady Meredith es la espía que está en la Cancillería del Reich. Actualmente es la sirvienta de Sieglinde...o era.

Al escuchar el nombre de la alemana, las pupilas de Thomas se dilataron y su pulso aumentó un poco.

—¿Sieglinde? ¿Entonces Meredith está con ella?

—Si, pero el mensaje que me envió me preocupa, pues da a entender de que Sieglinde ya sabe quién es ella.

Thomas miró con seriedad a Cedric y habló con determinación:

—No creo que Sieglinde le haga daño a nadie, menos si es alguien que tiene lealtad, y me imagino que Meredith ha hecho bien su trabajo.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now