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Dieter caminaba entre los pasillos del Berghof para buscar algo de tomar antes de entrar a su turno, decidiendo de paso preguntar en la cocina si había alguna fruta que le pudieran dar energía. Aunque era el guardia personal de Ludwig y Sieglinde, ambos le daban su espacio para que pudiera descansar y realizar natación en el lago. Cuando entró a la cocina, no sólamente encontró a la asistente de cocina sino que estaba Meridithia con ella. A diferencia de la sirvienta de Sieglinde, la otra mujer tenía algo de nerviosismo en su rostro. Se notaba que habían parado de hablar apenas llegó el hombre.

—¿Interrumpo algo? —preguntó mientras se dirigía a la nevera para servirse un vaso de agua fría.

Ante la negativa de las mujeres, decidió prestar atención al entorno, pues algo que había aprendido en su trabajo como oficial y guarda personal era que no podía confiar simplemente en las palabras. Notó como la asistente de cocina escondió rápidamente en el bolsillo de su delantal una mísera moneda de 50 Reichspfennig ¿Por qué le preocupaba tanto una moneda si tenía un sueldo que triplicaba al mínimo? No tenía necesidad de aferrar su vida a esa moneda.

No quiso ir en conclusiones precipitadas sin pruebas, por lo tanto decidió dejar la situación por alto y se devolvió, pero encontró en su camino a Meridithia, a quien caminó hacia su lado, ya que al parecer la mujer quería decirle algo.

—No deberías ir a la defensiva estando sospechando de todo el mundo.

—Por si se le olvida .—Dieter volteó su mirada hacia ella—. Ese es mi trabajo, señorita.

Meridithia reconoció esa mirada, era la de un soldado advirtiendo de que tenía sus ojos puestos sobre ella. Dieter también se dio cuenta de lo mismo, por lo tanto decidió retirarse de la cocina.

Caminó a lo largo de la mansión hasta que se encontró frente a Sieglinde, pero la mujer le dedicó una rápida mirada antes de dirigirse a una puerta que estaba custodiada por oficiales armados.

—Mi señora, tengo algo importante que comentarle.

—Lo harás después, tengo un asunto urgente que resolver en este momento —Sieglinde dirigió la mirada hacia los oficiales en la puerta y ordenó:— Anuncien al Führer que estoy aquí.

Un oficial entró a la oficina y después de unos segundos escuchó la voz de su padre ordenando que entrara, por lo que Sieglinde suspiró antes de hacerlo. Caminó hacia el escritorio donde Hitler estaba trabajando, realizó una pequeña reverencia ante él y lo miró seriamente. El mayor alzó la ceja con seriedad al notar esa actitud.

—Debe ser algo muy serio para que estés aquí con esta cara ¿Qué sucede, Sieglinde?

Sieglinde tomó respiración y esperó a estar segura de lo que iba a decir antes de empezar a hablar:

—Mi Führer, sabe perfectamente que la situación en Italia está siendo cada vez más caótica. Los partisanos y el rey de Italia quieren derrocar a Mussolini a toda costa, y sólo es cuestión de tiempo para que se encuentren cara a cara, sin saber un resultado definitivo. Sé que su posición está más que definida, pero también sabe qué sucederá si capturan a Benito: no sólo irán por él, sino por todos los relacionados a él.

Al escuchar esas últimas palabras, Hitler se enderezó en su silla con preocupación, pero siendo camuflado con una cara de incredulidad.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mi Führer, esos hombres no tendrán piedad con la familia Mussolini, buscarán a todas las personas que están en lista para sucederlo en el cargo para acabar con ellos y el primero es...

—André —la interrumpió.

Sieglinde se acercó a su padre y se arrodilló, tomando sus manos y con la mirada llorosa. Hitler le agarró las manos, notando que estaban heladas y temblantes. La reacción de su hija era genuina, no mentía sobre su preocupación.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now