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Las relaciones entre Alec y Josef se deterioraron considerablemente desde el incidente del laboratorio y el incendio. Mientras ambos hacían su trabajo, a la hora de interactuar entre los dos Alec hacía todo lo posible para evitar a Mengele. No podía creer que ese hombre que tanto lo había acogido y protegido en el campo sea exactamente el mismo que acabó con la vida de dos niños sin piedad bajo la justificación de la ciencia.

El médico no era el único que había notado ese cambio en el rubio judío, sino también Gabriel, quién fue un elemento fundamental en la recuperación mental de Alec en esos días.

—Si este campo jamás hubiera existido ¿Josef habría hecho las cosas que hizo ese día?* —preguntó Alec sentado en el poco pasto que había mientras miraba el bosque al otro lado de los alambres de púas.

—A veces es el entorno el que saca los peores instintos primitivos del ser humano —habló Gabriel.

—O saca a relucir su verdadera naturaleza.

Gabriel quedó mirando con preocupación a su amigo después de escuchar esa última frase, por lo que disipó un poco su pensamiento para cambiar de tema y así distraerlo:

—Cayendo en cuenta, no conozco nada de tu vida amorosa ¿Tienes algún querer?

Alec negó con la cabeza.

—Si te soy sincero, nunca me ha atraído alguien. —Soltó una ligera risa antes de explicar—. Es decir, miro a una mujer bella y pienso lo hermosa que es y que podría ser un buen prospecto, pero nunca he tenido conexión con alguien para formar una familia.

—¿Y entonces a quiénes les dedicabas tu amor?

—A mi familia y a mis pacientes.

—¿Y el doctor Mengele entraba como familia? —Alec quedó mirando a la nada por un momento antes de asentir con la cabeza.

—Así es, compartimos muchos momentos en la universidad mientras me especializaba en pediatría y él en antropología, pero hubo uno en particular que nos marcó de por vida. —Alec apretó sus manos y perdió la mirada en el horizonte. Gabriel sólo pudo deducir que había sido algo traumante para los dos.

Al sentir el leve apretón de una mano a su hombro, Alec giró hacia su amigo y le agradeció antes de preguntar:

—¿Me quieres contar tu amor?

Gabriel se sonrojó hasta las orejas al escuchar eso. Alec soltó una risa ya que su cara por poco tornaba el color de su cabello.

—Era el encargado de cuidar los caballos en mi palacio. Una persona culta, pero al mismo tiempo aventurera. Con solo verlo me hacía latir el corazón. Fue la persona que le dio pasión a mi vida tan rígida.

Alec sonreía mientras escuchaba todo lo que Gabriel le decía. Se podía notar en su mirada y en el tono de voz de que en verdad su amigo había amado a ese hombre y que afortunadamente fue correspondido. Deseaba sentir algún día esa sensación, de encontrar la persona que le hiciera latir el corazón de esa forma.

Lo que ninguno de los dos sabía era que alguien más los estaba escuchando.

Al llegar el día siguiente, Gabriel realizó el trabajo que su jefe le obligaba a realizar que era principalmente vacunar a los pacientes. Nunca se le informó que les estaba inoculando cepas de diferentes virus para revisar el comportamiento de las mismas en diferentes condiciones y tipos de pacientes, quienes la gran mayoría morían a causa de las mismas.

Cuando estaba terminando de anotar los procedimientos realizados, un oficial llegó a la puerta y lo detalló antes de decir:

—¡Oye, tú! El doctor Mengele te está esperando en su oficina.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now