Secretos

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— ¿Campo de mujeres?

Alec y Gabriel estaban reunidos en la oficina principal de Hoess quién los había llamado en pleno trabajo, haciendo que los dos se extrañasen ya que, normalmente, un oficial de alto rango del campo no solicitaba ese tipo de trabajos, sino que lo dejaba delegado a los médicos.

— El Dr. Wirths me pidió que seleccionara a las prisioneras sanas para realizar... ciertos estudios. Sabiendo que los dos son médicos, quiero que vayan y las clasifiquen entre las sanas y las enfermas antes de que yo llegue. Si me entero de que hacen mal la clasificación o hacen trampa, ya saben lo que les espera. —respondió el comandante con una sonrisa, asustando a ambos judíos.

Los dos prisioneros, huyendo lo más rápido posible de esa oficina, fueron caminando por un largo trayecto hacia el barracón de mujeres que les tocaba. Alec iba un poco más confiado, pues había estado más tiempo en el campo que Gabriel. Aun así, ninguno de los dos buscaba acostumbrarse.

— Antes de cualquier cosa, si nos mandaron en este trabajo es porque encontrarás las condiciones más precarias posibles —le dijo Alec al llegar al barracón—. Muchas de las mujeres adentro no pueden ni sostenerse, lo que vamos a hacer es que se vean lo más sanas posibles para que no las asesinen, ¿entendido?

El pelirrojo asintió con timidez. Alec abrió la puerta encontrándose de golpe con olor a heces y putrefacción, generando que los dos tuvieran nauseas inmediatamente, pero intentaron no vomitar para evitar perder la poca comida que tenían en sus estómagos. Cuando se acostumbraron un poco al hedor, decidieron entrar al barracón totalmente hacinado de mujeres, la mayoría apenas tenían cabello y estaban en un estado de malnutrición crítica. Gabriel se impresionó al inicio, pero al final puso una cara muy seria, intentando ocultar el dolor de verlas así. Alec cerró la puerta y se acercó a las mujeres, las analizó y se percató de inmediato que el 90% de ellas no sobrevivirían a la selección.

Intentó hablar con fuerza, pero su voz no salió, estaba demasiado débil para hablar con el tono que hacía antes. Aterrado, miró al suelo recordando las veces que daba múltiples conferencias ante cientos de personas en la Universidad de Múnich, emocionado, con su bata médica y hablando de los descubrimientos de sus investigaciones. Al sentir que las moribundas mujeres se acercaron para escucharlo, alzó la mirada y habló con una ligera fuerza:

— Venimos de parte del comandante Hoess, nos pidió que las seleccionáramos entre sanas y enfermas. Tenemos una hora para hacer que se vean lo más saludables posibles.

Alec se acercó rápidamente hacia la primera mujer, no sin antes llamar a Gabriel. Todas estaban muy pálidas, demostrando sus carencias de salud. Se podría decir que, más que pálidas, tenían un aspecto gris cadavérico.

— Sé que le temes a las agujas, pero esto es lo que vamos a hacer. —Alec sacó la aguja de una jeringa de su bolsillo y se pinchó el dedo brotando una gota de sangre, con el dedo de la otra mano se humedeció del viscoso fluido y lo esparció en los labios de la mujer como si fuera labial y luego se apretó un poco más, arrugando su cara con algo de dolor, para darle color a los cachetes. Al ver que el rostro de la mujer había mejorado, aunque sea un poco, sonrió —¡Listo! ¿Viste como lo hice?

El pelirrojo asintió sorprendido.

— ¿Cómo conseguiste esa aguja? —preguntó Gabriel.

— Una vez que me enviaron a llevar cajas al ala médica logré sacar la aguja y un par de pastillas para el dolor —respondió Alec —. Lo tenemos que hacer nosotros porque ahora los médicos están revisando que los prisioneros no realicen ese tipo de trampas, así que vamos a hacerlo.

Los dos continuaron haciendo lo mismo con las otras prisioneras hasta que una de ellas, de edad bastante joven, reconoció al pelirrojo cuando lo tuvo de frente. Con ojos llorosos, gimió de la emoción y habló exaltada:

De la A a la Z - Saga del Reich IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora