9

100 6 18
                                    

Había llegado el día de el exámen médico para evaluar las capacidades médicas de Alec. Mengele llegó al laboratorio donde se encontraban otros cuatro médicos alemanes quienes hablaban sobre temas banales. Su pulcro aspecto y las medallas que se encontraban en el pecho generaba una gran barrera entre él y los demás presentes. Ninguno había obtenido siquiera la mitad de los logros del recién llegado, generando una mayor autoridad aunque su cargo oficial en el campo pudiera ser menor al de ellos*. Todos estaban reunidos para poner a prueba los conocimientos de Alec, no porque fuera médico significaba que pudieran trabajar de inmediato, tenía que demostrar que tenía las capacidades para trabajar con ellos. Estaban en una especie de laboratorio clínico que parecía más a un anfiteatro de grandes proporciones. Apenas vio el reloj que tenía en su muñeca izquierda, Josef habló fuertemente:

—Ya puedes entrar.

Alec entró empujando la puerta con su espalda, sus manos estaban completamente desinfectadas y algo mojadas, primer punto a favor en lo más básico, tenía que estar estéril. En parte, lo había logrado gracias a los cuidados que le había proporcionado Josef el día anterior. Le pusieron los guantes y Alec comenzó a mirar por todo el lugar, el sitio. Contrario a lo que él creía estaba completamente limpio, como si fuera un hospital de alto nivel en Berlín o Viena, con lo más avanzado de la tecnología de la época. Miró el equipo en detalle y dirigió la mirada al médico. Mengele alzó una ceja percatándose de que Alec tenía curiosidad de hablar, así que le cedió la palabra.

—Solo una pregunta, ¿cómo consiguió todo eso? Ni siquiera las clínicas más prestigiosas en Berlín poseen ese tipo de equipos*.

—Tengo que agradecer a mi profesor, me brinda todo el apoyo que necesito, y también a una gran amiga. —Sonrió por un momento y luego endureció las facciones—. El espacio es completamente tuyo. Usa todo lo que quieras y necesites, las instrucciones de la prueba están en la hoja. No hay límite de tiempo, pero espero que no sea más de lo necesario.

Alec se acercó al cadáver que se encontraba en la camilla y lo miró con lástima, era un hombre joven, de aproximadamente dieciocho a veinte años, con alto grado de desnutrición. Lo más probable que estuviera pasando por su mente era el pedir perdón por todo lo que tuvo que haber pasado en ese lugar, además se imaginaba que su muerte no hubiera sido la más tranquila de todas.

Empezó el procedimiento de una forma un poco más ortodoxa, realizando primero la revisión externa para así proceder a la revisión interna, empezando por la parte torácica en vez de la cabeza, donde se inicia habitualmente. Un médico, bastante ofendido por la forma que estaba haciendo las cosas iba a interrumpir, pero Mengele alzó su mano para que evitara realizar lo que sea que iba a hacer contra Alec.

—Esa no es la forma en la que hacemos —Espetó con indignación el médico nazi.

—Lo sé, pero confío plenamente en lo que hace. —Mengele suspiró y miró hacia el techo para saber lo que iba a decir—. Todo el que haya estudiado en la facultad de medicina en la LMU conoce lo extraordinario que es Alec Furstwolffen, incluso el profesor más estricto de medicina no lo rebajaba de un prodigio.

—¿Un profesor elogiando a un judío? Apenas has llegado a este lugar y perdiste por completo la razón, doctor Mengele.

Mengele soltó una carcajada y el eco que producía el lugar logró desconcentrar por un segundo a Alec, pero siguió con lo suyo. El resto de los doctores miraron extrañados al más bajo de sus colegas, a lo que él simplemente les dijo con una sonrisa:

—Este bastado es cualquier cosa menos judía, tiene todos los rasgos de un nórdico, y su trabajo, pareciera que estuviera bailando.

En efecto Alec parecía que estuviera bailando, la delicadeza y el respeto que le tenía a las personas –incluso ya fallecidas– era una característica que todos elogiaban de él, incluso parecía que estaba cantando algo por el alma de la persona fallecida. En realidad estaba rezando el Kadish, una oración judía para los difuntos. Tenía ganas de llorar, no quería hacer eso, pero tenía que sobrevivir, así que lo único que podía hacer era intentar respetar el cuerpo del fallecido y cantar oraciones para que su alma descansara.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now