Melancolía

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Noviembre 30, 1941

Las montañas de los Alpes estaban cubiertas de nieve, dando un aspecto mágico al invierno que estaba llegando a Austria. El sol iluminaba en lo más alto del cielo, generando un hermoso brillo cristalino en la nieve, como diamantes que alfombraba poco a poco la gramilla. El carro negro que avanzaba a lo largo de la carretera montañosa avanzaba con lentitud, pues tenía que tener cuidado para no patinar en el piso escarchado y generar un accidente.

Mientras el conductor manejaba con profesionalismo y cierto temor, los pasajeros que iban en la parte de atrás tenía una conversación que, aunque era tranquila, no era la más amena.

—Vamos a llegar tarde...—habló el italiano de cabellos negros a Sieglinde con ansiedad, teniendo un tic en la pierna derecha que se contraía de forma involuntaria.

—Calma, André, sabes que no puede manejar más rápido. Además, ¿por qué tanta preocupación de llegar tarde?

—No tengo la menor idea del por qué me citó el Führer, pero mi padre me dijo que era demasiado importante al punto que me hizo salir de la reunión en Roma para tomar el avión. Sabes que siempre tengo que llegar a tiempo a cualquier lugar para poder cumplir con mi rutina diaria sin retrasos.

Sieglinde sonrió con ternura y le agarró su mano con algo de firmeza, pero con la delicadeza que le caracterizaba.

—No te preocupes, todo estará bien.

—Gracias, Sieglinde. —Le acarició la mejilla con su enguantada mano, se sentía frío, pero era normal en esa temporada. Bajó la mirada hacia la mano izquierda y se dio cuenta que el guante café de la mujer sobresalía un pequeño bulto —. ¿Cuándo vas a anunciar al Führer que estamos comprometidos?

—Me gustaría hacerlo pronto, para que así podamos ir a Roma y anunciarlo al Duce, ¿te parece bien, André?

—Me gusta la idea.

El carro atravesó un túnel, era largo y alumbrado con un sistema de luces sofisticado. Al salir de ella lograron visualizar a lo lejos el complejo de mansiones a la que estaban acostumbrados a ir con frecuencia. Era el Berghof.

Al pasar por los complejos de seguridad y entrar a la residencia, el carro se detuvo frente a las escaleras principales de la mansión. Hitler estaba parado en medio de ellas, esperando la llegada de su hija y de André.

Un soldado abrió la puesta y André se bajó de ella con su traje negro y una gabardina del mismo color, pero en lana, y rodeó el carro por la parte de atrás para abrir la puerta a Sieglinde quien llevaba una pesada gabardina color caramelo.

Ambos se acercaron hasta el inicio de la escalera, saludando a Hitler con el brazo alzado, gesto que fue correspondido por el anfitrión de la mansión. Después de eso, Hitler extendió sus brazos hacia Sieglinde, cosa que la mujer percató y subió los cuatro escalones hasta llegar a él y abrazarlo.

—Mi hermosa victoria, me alegro que hayas llegado a salvo. —Hitler se separó del abrazo con Sieglinde y la miró —. Estaba preocupado de que vinieras con este clima.

—No te preocupes, padre, el camino estuvo bastante suave. Además, André me acompañó, me dijo que lo citaste y nos encontramos en el aeropuerto.

Hitler miró a André que estaba a dos escalones de él y realizó un gesto para que se acercara. El italiano obedeció y, sorprendentemente, recibió un abrazo por parte de Hitler. Al parecer el austriaco presentía que ya había pasado algo entre ese par.

—M-mi Führer...

—Creo que tenemos mucho de qué hablar, André. No se queden ahí parados, vamos.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now