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—La noto bastante tensa, señorita Adler ¿Sucede algo? —preguntó Ditier con cierta arrogancia en su mirada.

—¿Acaso me estás persiguiendo? No estoy de humor, así que piérdete —respondió Meridithia con irritación.

—Me encantaría concederle ese favor, pero no puedo. Me han solicitado buscarla así que, por favor, le pido que me acompañe.

—¿Quién me busca? ¿La señora Sieglinde?

—No —respondió con severidad— El Führer.

Las facciones de Meridithia se tensaron al escuchar eso, pues Hitler nunca había solicitado su presencia. ¿Acaso Sieglinde le había comentado todo? Tenía que prepararse para lo peor. Su misión era vigilar todo lo que sucedía en la cancillería y reportarlo ante Cedric, pero no había obtenido nunca autorización para asesinar a Hitler. Si lo hacía en ese momento no podría dimensionar las consecuencias catastróficas para su país al acabar con el líder nazi. No le quedó de otra más que asentir y seguir al oficial hasta la puerta de la oficina principal. Cuando Ditier la anunció, ambos esperaron a que le dieran la autorización para entrar, pero la mujer creyó escuchar del alemán que confiara ciegamente en su señora.

Al permitir la entrada, el centinela de la puerta aseguró que solamente Meridithia podía ingresar, por lo tanto ambos se dedicaron una mirada cordial antes de que ella siguiera hasta la oficina.

Mientras caminaba, se dio cuenta que tanto Hitler como Sieglinde estaban en un sofá y frente a ellos tenía un juego de té con algunos postres. Al encontrarse a una distancia prudente de ellos, alzó el brazo derecho como saludo. Sieglinde realizó un ademán para que se sentara y la sirvienta simplemente obedeció. El líder ordenó que sirviera el té no solo para él y su hija, sino para ella a lo que tomó la tetera y sirvió en el orden de jerarquía. Al sentir el calor de la misma pensaba qué tan buena idea era tirar el té hirviendo al austriaco en la cara.

El aroma de té negro con algunos toques de menta invadieron el lugar generando algo de placer en medio de la tensa situación. Mientras Hitler agregó tres terrones de azúcar, Sieglinde sólo usó dos. Meridithia, por su parte, agregó leche al té. Ese acto llamó la atención de Sieglinde, pues los alemanes no frecuentaban agregar algo más que azúcar al té*. El Führer tomó un par de sorbos antes de hablar con tranquilidad:

—La situación en nuestro país es cada vez más compleja con la guerra, y es fundamental tener hombres y mujeres leales que luchen por el bien de nuestra patria. Sieglinde me ha comentado lo bien que ha realizado su trabajo y debo reconocerlo, pero también tengo mis sospechas con usted. —De su blazer sacó un pequeño frasco con un líquido transparente. Lo miró detalladamente antes de destaparlo y extenderlo hacia la mujer—. Quiero que lo huela, pero tenga cuidado, sólo hazlo por un momento.

Meridithia se acercó al frasco sin llegar a pegarlo a la nariz y olfateó. Su mente se paralizó al reconocer ese característico olor a almendras amargas, era cianuro. Apenas Hitler se dio cuenta de que la mujer reconoció el olor retiró el frasco y lo aseguró con sus manos. La sirvienta miró a Sieglinde pidiendo una explicación, pero la menor simplemente se llevó la taza de té a sus labios mientras la miraba.

 La sirvienta miró a Sieglinde pidiendo una explicación, pero la menor simplemente se llevó la taza de té a sus labios mientras la miraba

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De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now