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                                                                    Advertencia de capítulo: Gore

Había pasado un mes desde el desafortunado encuentro que tuvo Alec con Josef, no esperaba encontrarlo en ese lugar, pero Alec debía admitir que su vida en el campo mejoró desde que Mengele lo había acogido, pues había aumentado de peso a un nivel mínimo normal para su estatura e incluso ya no utilizaba el uniforme de rayas, sino que fue reemplazado un traje de pantalón negro, camisa blanca, corbata negra y una bata médica aunque sí tenía el número de identificación en la camisa. También poseía su propia habitación, no era grande, más bien era bastante pequeña, pero comparado con los barracones le hacían recordar la cálida habitación que alguna vez tuvo en su villa durante su tierna juventud. Nunca en su vida había valorado tanto una cama como en ese momento, y también el baño ¡llevaba años sin tomarse un baño decente! No era lo mejor, vuelvo y lo afirmo, pero era el paraíso comparado a donde estaba antes.

Su trabajo, al ser pediatra, era el de garantizar que todos los niños estuvieran en buen estado de salud. Algo que sí le llamó la atención de forma extraña es que cada vez había más gemelos que hermanos con diferencia de edad o hijos únicos. Alec tenía demasiada curiosidad saber el motivo de eso, pero algo en él decía que no debería hacerlo. Los revisaba cada lunes en la mañana, los ponía en buen estado de salud, e incluso podía jugar con ellos, pero al cabo de un tiempo no podía volver a verlos, algunas veces porque habían fallecido de alguna enfermedad (cosa que no era rara en Auschwitz), o porque habían sido trasladados a otro lugar.

Aun así, se sentía feliz porque podía ayudar a esos niños a darles esperanza, una oportunidad de sobrevivir en ese lugar.

Aunque, algo en el corazón indicaba que debía tener miedo de eso.

...

Alec se encontraba en su consultorio que había sido otorgado por Josef, era bastante amplio y bien dotado, incluso tenía una vista a una zona del campo donde podía observar a la orquesta y a los prisioneros marchando hacia sus lugares de labores forzadas. Esa vista le recordaba que había ganado su posición privilegiada en el lugar y que tenía que agradecer a Jehová por eso. ¿Agradecer? ¿por estar en esa posición? Agradecería cuando ponga un pie fuera de Auschwitz, ya sea porque había adquirido su libertad o porque finalmente habría muerto.

Estaba revisando a unos gemelos de aproximadamente 10 años, su peso era mucho menor al promedio, por lo cual estaba realizando las recetas médicas y las indicaciones para que pudieran subir de peso. La puerta se abrió dando paso a un oficial médico quien tenía puesta una máscara de gas.

—A L E C. —llamó el hombre con esa distorsión grave que generaba la máscara

Un frío recorrió la espina dorsal de todos, se escuchaba bastante mal con la máscara, lo que hacía eso más terrorífico. El oficial, al darse cuenta de que el rubio se había puesto frente a los niños para defenderlos se dio cuenta que tenía la máscara puesta y se la quitó rápidamente. Alec suspiró de alivio al darse cuenta que era Josef quien se dirigió a los niños preocupados:

—¡Oh! ¡Lo siento mucho! ¡No me había dado cuenta de que tenía la máscara puesta! ¿Se encuentran bien mis niños? —Los gemelos asintieron más tranquilos.

Mengele abrió la puerta y le ordenó a uno de los soldados que desinfectara la máscara mientras se la entregaba. Al irse el soldado, los niños hablaron:

—Pensamos que era un monstruo. —Los dos hombres mayores se quedaron en silencio por el comentario hasta que el superior habló.

—¿Pero qué dices, Isak? —Sonrió con ternura, pero Alec logró percibir cierta frialdad en ella—. Entiendo que esa máscara puede ser un poco aterradora, una disculpa.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now