Xeno

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El viento soplaba para refrescar el verano en el Berghof, donde habían decidido regresar la familia del Reich para descansar un rato después del duelo realizado a Heydrich. Los hermanos Hitler estaban tomando el té en la terraza principal, con una gran vista a todo el terreno y los Alpes. Ludwig llevaba su traje característico de las SS, sólo que sin su gorro que descansaba en la mesa, en cambio, Sieglinde tenía un vestido totalmente negro, con un collar de perlas, pue solo había pasado dos semanas desde la muerte de Heydrich. Había sido buena idea ir primero al Berghof que regresar a Berlín, ya que el ambiente de la capital estaba muy tenso.

Ludwig detalló a Sieglinde, quien, a pesar de estar con el duelo encima, su cara reflejaba algo de tranquilidad. Por fin ese hombre que la estaba abusando física y psicológicamente se había ido, pero no podía negar que él creó momentos que Sieglinde guardaba en su corazón.

Incluso recordó una de esas veces que estaban todos los hombres reunidos en una de las salas de descanso hace un par de años, donde Heydrich dijo unas palabras que jamás se les olvidaría de su memoria:

Cuando veo a Sieglinde, me gusta la imágen que veo, finalmente he visto ese equilibrio entre la delicadeza de una dama y la fuerza de una guerrera germana habló Reinhard mientras movía su vaso de whisky—. Gran parte de la crianza se lo debemos a Lina y Magda, han hecho un increíble trabajo, y Ludwig también le ha enseñado muy bien.

¿Y la otra parte? preguntó Goering

A mí. Todos lo miraron sorprendidos, siendo Ludwig, Goebbels, y Speer los más enojados—. Es más, cada vez que vean a Sieglinde, no verán a la mujer: verán a mí.

Desafortunadamente, Heydrich tenía razón, cuando Sieglinde habló ante los praguenses, más de uno -incluido él- no vio a la mujer hablando, sino a la bestia rubia de 1,92 metros. Sus pensamientos se desviaron hacia la más absoluta tormenta que mareaba e intentaban hundirlo. Ese hombre había hecho demasiado daño a sus hermanos. Uno estaba en un campo de concentración, otro rompió a su hermana de por vida. Tenía que hacer algo.

—Sigi, hay algo que te tengo que contar sobre Reinhard, quería hacerlo cuando el momento fuera el indicado, pero...—El mayor tomó un sorbo de té y dejó la taza de forma brusca—. Su muerte acelera las cosas.

—¿Qué sucede, Ludwig?

El mayor miraba su tasa, casi hipnotizado por el movimiento circular que hacía la única hoja en el líquido. Dejó escapar sus preocupaciones en un suspiro y miró a Sieglinde.

—Reinhard no era la persona que creías —comenzó a hablar—. Sé que era el protector de Bohemia y Moldavia, pero no solo era eso. El creó un programa en Wannsee, bueno, ya se estaba implementando, pero en esa reunión al que desgraciadamente asistí la formalizó. La solución final al problema judío.

Sieglinde miró con preocupación a Ludwig. Había escuchado algunas cosas sobre deportaciones sistemáticas, pero había algo detrás de ese nombre que generaba incomodidad.

—¿De qué trata esa solución?—preguntó en un hilo de voz—. Sé lo peligrosa que es esa raza para nosotros, pero hay algo en este plan que suena demasiado extremista, incluso para alguien como ellos.

—Exterminio —dijo Ludwig sin más.

Ambos quedaron en silencio al escuchar esa palabra, intentando asimilar la gravedad y extensión de la misma. Erradicar para siempre con algo, con alguien, hasta que no quede ninguno. ¿Ludwig estaba exagerando para asustarla? Sieglinde creyó que finalmente Ludwig había roto un límite que ningún ser humano podía traspasar.

—¡¿Qué clase de cosas estás diciendo?! ¡¿Tienes en cuenta la gravedad de lo que dices?! —Ludwig quedó en silencio, asintiendo con la cabeza. Sieglinde bajó la mirada, con tristeza en sus ojos. ¿Hasta qué punto habían llegado las personas que rodeaban a su padre? ¿Qué pretendían hacer a sus espaldas?— ¿Por qué...no me lo contaste antes? Todo fue un plan de las SS y de Himmler, ¿no es así?

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now