Witold

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La tensión en todos los lugares ocupados por Alemania era bastante grande producto de la muerte de Heydrich, sabían que se podía incrementar la seguridad en esos territorios, pero también que los alemanes vengarán la muerte de uno de sus hombres más respetados y admirados con las personas que él mismo quiso eliminar. Eso era más que evidente en Auschwitz, al aumentar el frecuencia de asesinatos sistemáticos y llegada de judíos al campo.

Alec estaba más atento que nunca a la situación, ya no tenía asegurada su supervivencia, y la ausencia de la bestia rubia sería una excusa perfecta para que el campo perdiera el control. Contrario a lo que creyó, el movimiento era exactamente igual a cuando llegó, parecía como si ese lugar fuera un infierno aparte que no obedecía las leyes naturales del mundo.

En uno de los días que estaba absorto en esos pensamientos, fue llamado por un oficial de las SS para que llevara varias cajas con medicamentos al ala médica del área administrativa. Era la segunda vez que iba a ese lugar durante su cautiverio, la primera vez fue cuando conoció a Gabriel. Inmediatamente preguntó internamente por el estado de su amigo, pues sabía que las personas que trabajaban en esa sección tenían mayores posibilidades de sobrevivir y una mejor atención en todos los aspectos. Deseaba ir a trabajar en esa zona lo más pronto posible.

Con pasos perezosos, o más bien con dificultad, caminaba en medio de los barracones de Auschwitz I, el campo administrativo. Se sentía un poco incómodo ya que había más soldados que prisioneros, aunque lograba ver unos cuantos trabajando, definitivamente en mejores condiciones que en Birkenau, pero igual de inhumanas. Iba a entrar al barracón médico cuando vio a lo lejos dos prisioneros, escondidos de las miradas de los demás, y hablando algo de forma acelerada. El rubio creía que no debía prestarles atención, pero el impulso de la curiosidad pudo más, así que entregó rápidamente las medicinas, y al salir, se acercó a ambos hombres.

Detalló que, en vez de poseer una estrella de David, sólo poseían un triángulo rojo con una P en el medio de la misma, eran prisioneros polacos. Alec no pudo pensar más que en la envidia que le tenía a ese par, se hacían compañía el uno al otro y su situación era mucho más favorable que la de él, un judió. Finalmente, decidió hablar en un tosco polaco:

—¿Qué están haciendo?

Los dos prisioneros voltearon a verlo, girando sus cabezas tan rápido que Alec creyó que se podrían desprender. Uno de ellos lo examinó de pies a cabeza y luego emitió algo que se podría más o menos identificar como una sonrisa.

—Estamos jugando cartas. —Rápidamente agarró dos de ellas y las mostró—. ¿Quieres jugar?

El rubio negó con una sonrisa.

—Me gustaría pero no estoy de ánimo

—¿Por qué tienes el cabello largo? —preguntó el mismo prisionero de las cartas, un hombre alto, calvo, de ojos azules y parecía ser algo mayor. Alec se llevó la mano al cabello, había crecido lo suficiente para recuperar el mismo largo que tenía Ludwig— ¿Acaso eres un kapo* o un espía alemán?

Alec se remangó su pijama viendo su tatuaje en el brazo izquierdo y su notoria pérdida de peso, demostrando que, efectivamente, si era prisionero. Aun así soltó una gran risa.

—Para nada, de hecho, estoy aquí por estar contrario al partido. Creo que sigo vivo porque el diablo abogó por mí... aún muerto, lo imagino disfrutando de mi sufrimiento. —Se encogió de hombros, y los dos hombres lo miraron con pena—. Ahora que ya estamos un poco en confianza, ¿cómo se llaman ustedes 2?

—Pawel.

—Tomas —respondió el de ojos azules.

—¿Thomas? —Alec sonrió—. Es el nombre de mi mejor amigo.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now