Kafkiano

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Septiembre, 1941

Otro día había empezado en ese helado lugar, que cada vez se hacía más común para Alec si quería mantenerse a salvo y con algo de cordura intacta. Lo único que agradecía internamente era que su cabello estaba comenzando a crecer, apenas lograba cubrir el cuero cabelludo, pero era mejor que quedarse completamente calvo y más cuando estaba a punto de llegar el invierno, donde necesitaría todo el calor corporal posible para seguir con vida.

A diferencia de otros días que era enviado a fábricas que se habían aliado con las SS, fue llevado a una zona baldía donde apenas se estaba desarrollando una construcción. Al parecer se había realizado unas pruebas en el bloque 11 y salieron exitosas, por el cual se autorizó realizarlo a gran escala.

De mañana a la noche todos tenían que trabajar, con un pequeño descanso para que recargaran energías y pudieran terminar esa construcción. Según los oficiales de las SS, era urgente que se terminara esa edificación cuanto antes ya que "finalmente lograrían sus objetivos de forma más rápida". Alec estaba mezclando el cemento cuando un grito lo alertó.

—¡Oye, A-139472! ¡Ven de inmediato!

Alec soltó lo que estaba haciendo y corrió lo más rápido que pudo hacia el oficial. Al estar frente a él bajó la mirada para mostrar sumisión. Esa era la regla del campo, si te mostrabas demasiado confiado, podía ser considerado riesgoso e incluso costaría la vida.

Al estar quieto su corazón dio un vuelco. Finalmente había reaccionado a la primera que el oficial lo llamó por ese número. Se llenó de miedo al darse cuenta que sólo era eso para el resto de los hombres.

Un mísero número.

—¿Me llamó, señor? —El oficial chasqueó la lengua.

—He escuchado que eres médico, ¿es cierto? —Alec asintió, pero esa respuesta no le gustó al oficial, el cual metió la mano en la boca a Alec y sacó su lengua presionándolo con fuerza. Alec estaba aterrado con eso —¡¿ACASO NO TIENES LENGUA?!, ¡o prefieres que te lo corte para así no puedas volver a hablar!

El oficial lo soltó y Alec, asustado, respondió.

—Si, yo...yo soy médico.

—No me hagas perder el tiempo, en fin. Necesito que cures a un prisionero, debe estar impoluto como una copa de vidrio, sin rayones.

¿Curar a un prisionero? Era una petición muy rara por parte del oficial. Normalmente no les importaban si los prisioneros estaban vivos o muertos, pero el hecho de que le importara este era que debía ser muy importante. Alec recordó el primer día que llegó a Auschwitz y su corazón se detuvo por un instante. Era horroroso, temeroso y algo que ningún ser humano debía experimentar ¿Le harían lo mismo a ese prisionero?, no sabía, y no quería imaginarlo.

Caminó una distancia bastante larga siguiendo al oficial que estaba en el carro hasta llegar a uno de los bloques del campo. Parecía un edificio administrativo grande de ladrillo y ventanas en los tres pisos de la misma. Al entrar, se encontraba impecable, con acceso a varios lugares. Se veía vacío con pocos oficiales a comparación de los barracones en hacinamiento.

Al entrar a una de las áreas de enfermería, Alec se sorprendió de lo pulcro que era el lugar, con sus paredes blancas y una mesa donde debería estar el médico. Quería llorar, era la primera vez en años que ejercería algo similar a su profesión, y encontrarse en un consultorio médico, aunque sea por poco tiempo, le emocionaba.

Cuando dirigió la mirada hacia donde estaba la cama, se encontró con su paciente. Era un hombre bastante joven, de unos veintitantos, de ojos verdes como el pasto y facciones delicadas. Alec se sorprendió al ver que el prisionero tenía su cabello intacto, era rojo anaranjado de esos que no se veía sino en Escocia o Irlanda, y su cara estaba llena de ligeras pecas que lo hacía aún más especial ante los ojos del médico judío.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now