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El reloj de piso sonaba por toda la habitación de Sieglinde indicando que eran las dos de la tarde. El constante campaneo irritaba internamente a las personas que pudieran estar presentes ya que era muy fuerte. La dueña del cuarto lo había programado de esa manera ya que cada vez que sonaba significaba que tenía que estar pendiente al llamado del Führer. Esta vez la tomó prevenida ya que en la mañana le había pedido que asistiera a una junta de guerra.

—¿Segura que desea usar este traje, señora? —preguntó Meridithia mientras notaba cómo Sieglinde se detalla en el espejo.

Sieglinde tenía un abrigo color verde grisáceo, con cuello militar negro adornado de laureles de hilo de plata y mangas del mismo color. Parecía una versión más estilizada del uniforme tanto del ejército como de las SS. Estaba peinada con una trenza que descansaba en el hombro izquierdo. Aunque era verano, había algunos días que el frío era abrumador en Berghof producto de las corrientes de viento en los Alpes.

—Por supuesto. El Führer me citó en su reunión con los oficiales y debo verme acorde a la ocasión. Es extraño, es la primera vez que estoy en un gabinete de guerra.

—Pero usted no es oficial —afirmó con descarada franqueza Meridithia.

—Claro que no. —Sieglinde giró ciento ochenta grados para mirar a la sirvienta de forma severa—. Soy Sieglinde Hitler, mi poder no está en un arma o en distinciones del ejército. Mi poder reside en la sangre de mis padres que recorren mis venas y los arduos sacrificios que he tenido que realizar para ganar aunque sea un poco de respeto. Aunque, hablando de armas ¿Ya está aquí lo que te pedí?

—Ya se encuentra en camino, señora. Lo tendrá aquí cuando termine su reunión.

—Muy bien.

Sin más que decir, salió de su habitación siendo escoltada por Dieter y Meridithia. Ambos caminaron hasta la sala de juntas y Sieglinde se anunció. No tuvo que esperar más de un minuto cuando uno de los oficiales que custodiaba la puerta le cedió el paso. Con sólo abrir la puerta, todos lograron escuchar el bullicio de las personas hablando, eran principalmente oficiales de alto mando tanto de la Wehrmacht como de las SS. Estaban juntos, pero no revueltos. Mientras que los oficiales de la Schutzstaffel no respetaban a los mandos del ejército al sentirse superiores y con un mayor poder otorgado por Hitler, los del ejército no apreciaban a las SS ya que su sola organización paramilitar desvirtuaba todo el honor de ser soldado.

Del bullicio de las conversaciones se pasó al silencio apenas la única mujer empezó a caminar en el recinto. El resonar de sus botas con tacón cuadrado y sus pasos tanto lentos como elegantes llamaron de inmediato la atención de los oficiales. Al no saber dónde debía sentarse, decidió ponerse al lado del puesto el cual normalmente ocuparía el Führer, siendo distinguido por ser la silla más grande y ornamentada del lugar. Los murmullos de los hombres mayores comenzaban a ser cada vez más fuertes preguntándose el por qué una mujer se encontraba en una reunión de alto mando, cuando ni siquiera la secretaria del Führer tenía permiso para entrar. Sieglinde se irritó al escuchar las diferentes teorías y con tono fuerte habló:

—Caballeros, el Führer me ha pedido personalmente que asista a esta reunión. Los motivos los desconozco, pero si alguien está inconforme con mi presencia, pueden manifestar sus molestias ante él.

Algunos de los oficiales, quienes reconocieron a la esposa del Reich por su anillo, callaron sin protestar. Sabían que ella era los ojos de Hitler y cualquier cosa rara que ella viera le avisaría sin dudar. El resto lo hicieron a regañadientes ya que las palabras de la mujer fueron remitidas con suma seriedad, además de que no querían llevar la contraria al Führer.

—Si el Führer la convocó, debe ser por algo en específico. No todos los días contamos en nuestra mesa con la presencia de una mujer cuya inteligencia y valía sea reconocida por el Führer y por mi persona. —Sieglinde dirigió la mirada hacia el hombre que la defendió, era el mariscal Rommel. Con una sonrisa y un leve asentimiento en la cabeza le agradeció, gesto que fue correspondido por el mariscal.

De la A a la Z - Saga del Reich IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora