Tristezas

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Mayo, 1942

Los calurosos días de mayo comenzaba a sofocar a todas las personas, peor a los prisioneros del campo que tenían que hacer trabajo forzado a la plenitud del sol, generando que muchos desfallecerán producto del golpe de calor y la deshidratación, sin contar con las deplorables condiciones de trabajo y alimentación que debilitaba más a los hombres y caían en cantidad como hojas en otoño.

Era domingo, y Alec, al ser considerado prisionero especial, tenía el "derecho" al descanso ese día de la semana. Estaba sentado bajo uno de los pocos árboles que había dentro del lugar, recordando melancólicamente los buenos momentos que vivió junto con su familia y su gran amigo Thomas en Alemania. No tenía noticias de él desde que se devolvió a Washington, ¿estaría bien? ¿La guerra habrá llegado hasta allá? No había forma de saberlo, pues prácticamente los prisioneros estaban aislados de las noticias del resto del mundo. Siguió recordando los buenos días, se encontraba solo, con la sombra del árbol protegiéndolo del abrasador clima.

A lo lejos vio llegar a Gabriel, quien poseía una inusual sonrisa en su rostro, alegrando automáticamente a Alec y se levantó para recibir a su amigo preguntando dónde se había metido durante toda la mañana.

— Tuve una reunión con el comandante del campo —habló Gabriel emocionado—, y me van a enviar a trabajar en el hospital del campo como asistente del director médico.

Alec se alegró de inmediato y abrazó a Gabriel mientras lo felicitaba:

— Es una gran noticia, así tendrás una mejor calidad de vida dentro de este lugar. ¿Sabes quién es el director? —Gabriel negó con la cabeza—. Bueno, no importa, igual pronto entrarás a trabajar en algo que no requiere fuerza física o sol.

— Así es, de hecho, empiezo mañana...

La cara del noble pelirrojo se tornó de tristeza, preocupando al rubio judío. ¿Por qué estaba triste? ¿Era en verdad tristeza o el shock de la noticia? Pues se conocía que ingresar a trabajar en áreas administrativas o en el hospital del campo daba una ligera mayor posibilidad de seguir con vida durante más tiempo que el resto de los prisioneros.

— ¿Qué sucede, Gabriel? ¿Acaso no estás feliz?

— ¡Si, estoy feliz! Pero... ¿Qué pasará contigo? —Alec le dedicó una tierna sonrisa y le agarró las manos, apretándolos con algo de fuerza para intentar transmitir seguridad.

— Estaré bien, lo importante es que hemos dado un paso gigante. Además, es bueno tener a alguien adentro del hospital para proporcionar mis medicamentos.

Gabriel soltó una risa que alivió un poco el ambiente. Acarició los ondulados cabellos que estaban comenzando a salir a Alec y posteriormente su mejilla. Tal vez la belleza que poseía Alec en sus mejores momentos habían desaparecido, pero la esperanza de un mejor futuro seguía brillando en sus ojos, transmitiendo esa aura especial que le encantaba al noble pecoso. No sabía cómo iba a soportar sus días que, aunque en mejores condiciones, sin la compañía de su sol.

— Estaré muy pendiente de ti, Alec. Lo que me preocupa un poco es cuando nos volveremos a ver.

— No sé si nos veremos de nuevo aquí, pero te aseguro que, este es el primer paso para que el próximo abrazo que nos demos será al otro lado de estos alambres.

— Entonces haré el mejor trabajo para que nos podamos volver a ver. Asegúrate de conseguir un puesto en ese hospital.

— Lo haré.

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De la A a la Z - Saga del Reich IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora