15

220 9 55
                                    

—Con que esto es Londres... Me lo imaginaba de otra manera.

Sieglinde miraba a través de la ventana del carro las concurridas calles de la capital británica. A pesar de que había muchos escombros por los bombardeos, el ánimo en general de los londinenses era buena, algo que tranquilizó a Meridithia. En silencio se lamentaba por lo que veía, preguntándose si su esposo se encontraba bien. Al recordarlo sonrió nostálgicamente, su matrimonio era por alianzas nobles, pero ambos se llevaban bien como un par de amigos desde la infancia.

Sus pensamientos fueron interrumpidos al sentir cómo el carro frenó bruscamente y vio a Sieglinde salir del vehículo. Decidió seguirla ya que no sabía lo que quería hacer la alemana. Ambas mujeres se acercaron a una pared que tenía un cartel propagandístico. Era un soldado alemán siendo apuntado con una ballesta y atrás había una silueta de un soldado de la misma nacionalidad, pero con el uniforme usado en la Guerra. En el cartel decía:

Los derrotamos una vez, los derrotaremos de nuevo.

Al leer esa frase Sieglinde torció un poco la boca en señal de disgusto, pero luego sonrió para hablar en inglés:

—Debo admitir que tienen talento para la propaganda.

—Señora, no creo que deba estar aquí y menos hablando. Su acento es demasiado marcado.

Al escuchar lo último la alemana suspiró y decidió hablar en voz baja:

—Me alegra saber que tengo el mismo acento de mi padre. ¿Es posible que me pueda llevar un afiche? Al ministro Goebbels le gustará verlo.

—Si se llega a robar el afiche, el problema será aún mayor para usted.

Sieglinde le dio una última mirada al cartel antes de entrar al auto siendo seguida por la británica. Al estar las dos sentadas, el chófer arrancó el vehículo.

—Y luego dicen que nosotros somos estrictos —suspiró Sieglinde mientras se recostaba en el mueble.

—Sieglinde, por favor sea más cuidadosa. Estoy dando un salto de fé al confiar en usted.

—Opino exactamente lo mismo de tí. Me estoy pegando un tiro en el pie para protegerte.

—Espero que, sea lo que sea que vayas a hacer ahí, nos beneficie a todos.

—No te preocupes, Meredith. Valdrá la pena.

.

.

En el palacio de Buckingham, Cedric miraba desconcertado cómo dos sirvientes ponía un biombo en medio de la sala donde se haría la audiencia con Sieglinde, si fuera por otro motivo estaría más tranquilo, pero al escuchar la idea fue que lo dejó de esa manera:

—Su Majestad, ¿En serio va a permitir que Thomas se quede escuchando la audiencia detrás del biombo?

—Thomas nunca me ha pedido un solo favor desde que asumí mi mandato. Si lo hizo en este momento es que debe ser muy importante para él. —Habló el rey Jorge VI quién estaba sentado en la silla de su oficina principal. Era alto, algo delgado, pero de contextura atlética, cabello castaño claro y ojos azules.

Cedric, al mirar a Thomas sonreír mientras asentía con fuerza, simplemente pudo negar mientras se llevaba una mano a la frente mientras susurraba:

—O soy el único cuerdo en este salón o perdí la cabeza, pero definitivamente creo que el mundo se puso de revés.

—Estoy de acuerdo con su majestad —habló una mujer de cabellos rubios cortos hasta la nuca, ojos grisáceos y de vestimenta elegante—. Aunque conozco poco al señor Roosevelt, si ha pedido ese favor es porque es muy importante para el gobierno de los Estados Unidos.

De la A a la Z - Saga del Reich IIWhere stories live. Discover now