Capítulo 14: De Javier para Hugo

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Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Al día siguiente, habíamos decidido ir a pasear por Acapulco. Primero decidimos ir a El Malecón Acapulco en donde, mientras caminábamos y disfrutábamos de la gran vista de la bahía "Santa Lucía", muchas de las personas que pasaban caminando a nuestro lado nos saludaban como si llevásemos años de conocernos. Incluso hubo un momento en el que un tío que vendía collares elaborados con caracoles y conchas del océano se acercó a nosotros y nos regaló uno que tenía una extraña figura colgando justo en el centro que, al juntarlos, formaban una extraña forma de diamante.

Una señora que llevaba una cámara fotográfica en las manos nos dijo que la vista de la bahía "Santa Lucía" era mucho mejor de noche. Que era uno de los sitios más visitados por los turistas quienes, según lo que conocía, esperaban a que el sol se pusiera para ver lo increíble que se tornaba la bahía llena de diversos colores.

También pasamos a visitar la Capilla de La Paz, en la cual había un espacio abierto en el que se podía divisar todos los kilómetros y kilómetros de océano que se extendían por el Pacífico. Era una vista maravillosa.

De hecho, recuerdo que, al salir de la capilla, nos dirigimos hacia la zona costera donde había unos cañones en los que hacían un show de clavados algunos especialistas en La Perla. Nos guiaron por un puente colgante de madera hacia los cañones en donde, desde donde estábamos, logré divisar a un chico no muy mayor lanzarse en picada hacia el océano. Por suerte la fuerza de la marea no era tan fuerte.

Tras varios saltos, decidimos ir a La Quebrada para una sesión de fotos en donde el océano fuese nuestro fondo natural y nosotros dos fuésemos unos turistas más que lo utilizaban para unas fotografías increíbles.

Era en esos momentos en los que me ponía a pensar qué hubiera pasado si nunca hubieras llegado a mi vida, Hugo. No sabría imaginarme si todo esto hubiera sucedido si tú no hubieras aparecido ese día en mi asiento en la preparatoria con tu sonrisa encantadora y burlona, y que me mostraras que te importaba yendo a ver cómo me sentía en la parte de atrás de la preparatoria mientras veíamos el sol ponerse detrás del cerro del Picacho. Nunca pensé que tu llegada iba a cambiar la vida de mis padres y me iban a dar la oportunidad de vivirla a mi manera.

Pero mientras caminábamos por la playa de regreso al hotel en el que nos hospedábamos al finalizar el gran recorrido por Acapulco y con los estómagos completamente llenos, no podía dejar de imaginarme la vida sin ti ahora que lo eras todo para mí.

Gobernaste mi corazón, me dominaste completamente cuando tus ojos vieron más allá de mi físico y me comprendieron en el alma. El sol se estampaba en tu rostro iluminándolo de un tono anaranjado mezclado con las recientes quemaduras en tus mejillas. Quería tocarte, tenerte, saber cómo sonarían nuestros corazones al latir coordinadamente.

Así que, mientras te burlabas de una niña que jugaba con su papá en el océano, miré a mis padres y con señales les di a entender que ocupábamos nuestro espacio y que después iríamos al hotel.

Quería estar solamente contigo.

Me hicieron caso y se fueron, jamás te diste cuenta hasta pasados treinta minutos. Me detuve frente a ti y te tomé de las manos, apretándolas. Tus ojos me buscaban entrecerrados por causa del sol hasta que encontraste los míos. Tus rizos se mecían con el ritmo de la suave brisa que traían las olas al deshacerse en la arena húmeda.

Miré hacia nuestros pies cuando el agua se abrió paso entre nuestros dedos y suspiraste por la evidente baja temperatura a la que estaba. Pero te recorrí de pies a cabeza, asimilando cada uno de los centímetros de tu piel hasta que me detuve en tus labios y susurré:

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now