Capítulo 20: De Javier para Hugo

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Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Estabas frente a mí; mirando los coches pasar frente a nosotros. El timbre que programaba de vez en cuando en mi teléfono para indicar cuándo terminaban las sesiones de clase por hora sonó al mismo tiempo que presionaste el botón del control del coche para quitar el seguro para indicarme que ya había terminado mi jornada del día, incluido inglés.

Un pequeño grupo de chicas pasaron junto a nosotros, cotilleando entre risas. El maestro de inglés nos había dejado salir minutos antes. O puede que Ari me haya ayudado un poco para salir antes del salón de clases.

Da igual.

Caminaste hacia el lado del conductor y abriste la puerta con una sonrisa de entusiasmo.

—¿Nos vamos? —Preguntaste lo suficientemente alto para escucharte.

No dije nada, solo sonreí y abrí la puerta del copiloto. Entraste, y al poner la llave en el contacto, me miraste y me besaste los labios sin tapujos. Giraste la llave y el motor rugió. El estéreo se encendió y comenzó a sonar una de las canciones de mi playlist ya que tenía conectado vía Bluetooth mi celular. Si mal no recuerdo era Dos Extraños de Danna Paola y a mi mente acudieron los primeros sucesos de nuestra historia cuando Danna comenzó a decir: «amores de noche, ajenos de día» porque, aunque aún no teníamos nada oficial, parecía que solamente eras consciente de mi presencia cuando estábamos juntos y solos de noche, pero al salir el sol eras otra persona antes de aceptarte tal cual eres.

Es curioso, ¿no? Cómo las cosas cambian en tan poco tiempo.

Nunca pensé enamorarme de alguien, literal, de la noche a la mañana hasta que apareciste tú. Nunca llegué a creer que todas las letras de las canciones de amor tendrían nombre y apellido al escucharlas hasta que acudías a mi mente cuando sonaba alguna en cualquier lugar.

Nos pusimos los cinturones y avanzamos en dirección a la avenida principal. No sabía si estaba haciendo lo correcto, y más porque en todos los años que llevaba estudiando, era la primera vez que me salía de la escuela a mitad del día.

La canción terminó para darle lugar a Yellow de Coldplay e inmediatamente comenzó a resonar en mi mente haciendo que los recuerdos de nuestros momentos más hermosos hicieran acto de presencia en mi memoria.

Y me di cuenta de algo.

Sabes qué tan enamorado estás cuando, al escuchar una canción, lo primero que se te viene a la mente no es la representación de lo que dice la letra; sino la imagen del rostro de esa persona.

Ahí es donde te das cuenta que te has enamorado, que has vuelto a ser prisionero del amor.

Porque cuando te enamoras, esa persona es quien domina tu mente, descendiendo poco a poco, hasta que llega a tu corazón; y cuando menos lo esperas, es imposible sacarle de ahí dentro. Es demasiado tarde porque el amor no conoce de barreras. No tiene límites. No es una farsa que se inventó la civilización para etiquetar un sentimiento mutuo entro dos personas.

Es real y duradero.

De repente, cuando logré divisar la carretera que conducía hacia la salida a San Luis Potosí, una pequeña presión apareció en mi pecho. No entendía por qué, pero había algo en el aire que me decía que algo iba a pasar. Quizá fuese que íbamos a pasar unas horas alejados de todo, o quizá por las enormes y oscuras nubes que se estaban aproximando a la ciudad.

Posaste una mano sobre mi rodilla, mientras que con la otra te las arreglabas para maniobrar el volante.

—¿Estás bien? —A la mente se me vino la conversación con Ari.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now