Capítulo 30: Javier

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6 meses después. Aguascalientes, Aguascalientes. Hoy, enero 2022.

Un trueno brama con fuerza en el cielo, sobresaltándome. Los nervios me consumen porque no estoy seguro todavía de lo que voy a hacer. Son casi las seis de la tarde de un día lluvioso cualquiera. Mi estado de ánimo no ha sido el mejor de todos y menos con climas así.

Pero ahora que estoy en donde estoy no hay marcha atrás.

Miro con nostalgia la lápida de Hugo y de inmediato siento un nudo en la garganta que me amenaza con salir.

Me arrodillo frente a ella y saco el trozo de papel que guardé en mi bolsillo trasero del pantalón. El corazón me late con fuerza. Lo desdoblo y entonces del cielo comienzan a caer con fuerza las primeras gotas de lluvia. Pero no me importa. Me aclaro la garganta, inhalo, me relamo los labios y comienzo a leerle el escrito que le he hecho:

Querido Hugo:

Han pasado ya seis meses desde tu partida y cada día se vuelve más doloroso que el anterior... pero pese a ello quiero que sepas que últimamente he pensado mucho y quiero que sepas que... te extraño. Como no tienes una idea. Creía que con el tiempo todo iba a mejorar, que el dolor iba a irse poco a poco porque pues dicen que el tiempo todo lo cura, pero no es así.

Me he acostumbrado tanto al dolor que ya lo siento como una parte de mí.

Aun así, no me arrepiento de lo que pasó, o de lo que pudo haber pasado. Yo sólo sé que te extraño.

Solo te extraño.

Te extraño...

Es tan extraño pensar que alguien a quien conocía tan bien ahora es tan solo recuerdos para mí. Imágenes traslúcidas. Momentos efímeros. A veces, hay días enteros en los que no pienso en ti, ni siquiera un poco porque me convenzo de que no te has ido y que todo es un terrible sueño del que alguna vez despertaremos...

Las lágrimas se desbordan de mis ojos, estrellándose contra la tierra húmeda del suelo. Las gotas de la lluvia caen, caen, y caen, al igual que mi corazón en un abismo lleno de una inmensa oscuridad.

Sorbo por la nariz, intentando regalarle un poco de aire a mis pulmones por más que deseara que estos dejasen de funcionar y encontrarme con él. Que mi tiempo dejara de avanzar.

Pero es imposible...

Inhalo profundo conteniendo un sollozo, y continúo leyendo la carta que le escribí seis meses después de su muerte. Seis meses en los que no tuve el valor de volver a visitarlo después del funeral.

Continúo:

Hugo, la mayoría de las veces me atrevo a olvidar porque es más fácil... Pero entonces encuentro una foto, un regalo, algo tuyo que contiene aún rastros de tu presencia, de tu esencia, y todo el peso de lo que se perdió me golpea con una inmensa fuerza que no soy capaz de soportar.

Y caigo.

Todo en mí vuelve a desvanecerse. A romperse...

Una parte de mí quiere volver a verte, abrazarte otra vez. Besarte otra vez... pero todos esos sentimientos se volvieron pensamientos vacíos. Y ahora, cuando miro atrás recordando que el amor no siempre es lo que parece, es tan fácil olvidar.

Pero esto no es un lamento.

Tuvimos nuestros motivos para ser felices y ahora valen más que nunca.

Pero volviendo al principio, te aseguraría que no necesitamos nunca ni una sola razón para enamorarnos como lo hicimos. Para hacer latir nuestros corazones de la manera en la que sucedió.

Simplemente lo hicimos.

Porque tú, Hugo, eras una revolución.

Me relamo los labios y sonrío ampliamente mirando con detenimiento cada una de las letras de su nombre tallados en su lápida. Las lágrimas siguen descendiendo por mis mejillas. Cierro unos segundos los ojos, imaginándolo sonreír.

Y es que a mi mente han vuelto cada uno de los momentos en los que fuimos felices, en los instantes en los que nuestros corazones se unieron como dos átomos. Y... suspiro.

Me muerdo el labio inferior, sollozando.

Continúo.

Y ahora, al final de todo, lo único que me queda es seguir adelante sin ti.

Pero, si te soy sincero, no tengo la menor idea de cómo hacerlo.

Quizá algún día encuentre el motivo por el que deba continuar mi vida.

Quizá algún día encontraré a alguien a quien no tenga que decirle adiós de esta manera. Pero por ahora yo sé que tú eres todo. Porque tú fuiste más que el significado de mis reacciones corporales. Fuiste los rayos del atardecer. Fuiste las estrellas en el cielo. Fuiste, eres y seguirás siendo el eco de aquél «te quiero» que gritaste a los cuatro vientos en nuestra escapada a Calvillo.

Eres un vivero de estrellas, Hugo, y yo un Magnetar que hará siempre lo posible por usar toda esa fuerza de magnetismo para atraerte a mí y nunca, nunca olvidar que exististe y eras real.

Pero no te lo puedo negar: una parte de mí extraña amar a alguien.

Y que la amen también.

Eso es todo.

Supongo que lo que estoy diciendo es... No sé, esperar que me vaya bien. Esperar que todo esté genial.

De verdad, espero que todo esté bien.

Nunca me olvidaré de ti, por más personas que vengan a mi vida.

Te amo, nebulosa.

Pero de las que crean nuevas estrellas, no de las otras.

Con amor, Javier.

Dicho eso, con lágrimas surcando mi rostro y estrellándose contra el césped mojado por la lluvia, saco de mi bolsillo un pequeño encendedor y hago que la flama salga.

Acerco poco a poco el papel sintiendo cómo una pequeña parte de mí está a punto de alejarse con él, donde quiera que esté en este instante. Entonces el fuego hace contacto con el papel y este poco a poco comienza a consumirse en él.

Deposito la hoja quemándose sobre la lápida de Hugo y sonrío.

—Te amaré infinitos, pequeño.

Y dejaré que este momento se convierta en algo que jamás contaré. 

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now