Capítulo 37: Javier

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Al cabo de varias noches llorándole a su recuerdo perdido en el cielo, de varias noches mirando por la ventana a través de mi telescopio ese punto brillante en el cielo cuyo nombre era el del chico que me vino a sacudir el mundo, de varias noches en vela con las rodillas pegadas al pecho sentado en el frío suelo, recordando la manera en la que corría de un lado a otro cuando estábamos jugueteando en mi habitación.

De varias noches recargado en el marco de la puerta del balcón imaginándomelo de pie frente a la barda de concreto abrazándome por detrás, con sus manos sobre mi cintura y sus labios tocando mi cuello. Noches en las que, recostado sobre el colchón de mi cama, imaginaba esas veces en las que me besaba, me tocaba y me deseaba. Sintiendo aún sus manos recorrerme el cuerpo, sus labios saciar su sed de los míos.

Sus ojos ardientes, sumergidos en las llamas del deseo, mirándome fijamente.

Sus rizos haciéndome cosquillas en las mejillas cuando me plantaba besos en el cuello. La manera en la que su piel se erizaba cuando mis manos lo tocaban por debajo de la camiseta. El cómo sus músculos se contraían cuando la pasión nos gobernaba y nos rehusábamos a detenernos.

Tras varias noches sintiendo que gran parte de mi vida se había hecho añicos en aquel accidente, hoy decido salir adelante.

No por mi familia.

Ni por mis amigos que dejé de ver.

Ni por Ari, que ha estado ahí en todo momento.

Ni siquiera por Hugo.

Lo hago por mí.

He llegado a la conclusión de que, mientras más te descuidas, más daño te haces. Y habían sido seis meses ya desde su partida. No digo que no duele como si fuera el primer día, ese día que no me dejaron verlo y me partía el alma no saber nada de él.

No.

Porque definitivamente dolía y seguiría doliendo ya que con Hugo conocí el verdadero amor, el verdadero latir de un corazón, y lo loco que puedes llegar a estar por una persona.

Y de verdad me arrepiento por no habérselo dicho cuando estaba vivo, pero con él no me hacía falta que me bajara la luna y las estrellas porque él era todo un universo por dentro y por fuera.

Él lo sabía, sabía quién era y lo que era: vivero de estrellas.

Era el momento de dar el primer paso para por fin decir adiós, o quizá de prepararme para hacerlo.

Así que mientras subo hacia la azotea de mi casa lo único en lo que puedo pensar es en esa estrella brillante mirándome desde la distancia.

—Lo siento, Hugo —digo mientras subo una pierna sobre la azotea—, pero creo que todos tenemos momentos para estar en la vida de las personas. Y tú momento ya fue. Ya no quiero sufrir, quise fingir para no llorar más frente a nadie, pero eso solo hizo que me lastimase más. Tú y yo sabemos que tengo que seguir adelante.

Camino sobre la azotea sintiendo la suave brisa chocar contra mi cuerpo.

Me siento sobre la orilla y saco de mi bolsillo de la sudadera el trozo de papel y un encendedor. Desdoblo la hoja y enciendo la flama, sintiendo un nudo en la garganta.

—No te olvidaré jamás, pequeño —digo.

El frío me envuelve los huesos, congelándolos. Deposito el trozo de papel a mi costado y me recuesto con la mirada fija en la oscuridad con puntos blanquecinos difuminados a causa de las lágrimas acumuladas en mis ojos. Me abrazo en un intento de aumentar mi calor corporal y sonrío.

—Ni yo a ti —escucho su voz y me sobresalto.

Giro mi cabeza hacia la derecha con lentitud, me quedo helado al ver lo que tengo a mi costado.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now