Capítulo 9: De Javier para Hugo

31 11 2
                                    

Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Las vacaciones de fin de curso fueron lo que necesitábamos para que lo nuestro creciera cada vez más. La primera semana del verano la memoricé como si de mi nombre se tratase. Y lo aseguro porque fue el día en el que lo nuestro se oficializó y utilicé la palabra «novio». Recuerdo la forma en la que la gente de nuestro alrededor nos apoyó con gritos y aplausos ese día.

Habíamos quedado de vernos a las cinco de la tarde en la entrada principal de la Isla de San Marcos. Era el lugar de las atracciones mecánicas de Aguascalientes, donde la gente podía ir cualquier día a divertirse. Muchas familias acostumbraban ir los fines de semana para poder disfrutar de un día de campo o subirse a la montaña rusa.

Me bajé del autobús a unas cuantas cuadras de la Isla y continúe caminando hasta que llegué a donde estabas. Me estabas esperando de pie en la entrada del lugar con el teléfono en la mano. Ibas vestido impecablemente. Llevabas puesto una camisa negra lisa y unos pantalones de mezclilla azul. Tus Converse blancos hacía juego con los míos rojos. Guardaste tu teléfono en el bolsillo de tu pantalón y me divisaste desde el otro lado de la avenida.

Me sonreíste y alzaste una mano, saludándome.

Cuando llegué al otro lado, me recibiste en un fuerte abrazo que ya se me había hecho costumbre entre nosotros. Siempre que nos veíamos me envolvías en tus brazos como un recibimiento de bienvenida y uno de despedida. Me gustaba sentirte rodeando mi cuerpo y apretándome contra tu torso.

Entramos a la Isla con el mismo ritmo de pasos. Mientras caminábamos, te miraba de reojo y me di cuenta de la forma con la que mirabas con admiración las atracciones. Miles de personas pasaban junto a nosotros. Tu expresión era como la de un niño cuando visita por primera vez Disney World. Caminamos hasta llegar al pequeño cubículo de metal de franjas rojas y blancas en donde vendían los boletos para las atracciones.

El chico dentro del cubículo llevaba puesto un uniforme del lugar y una gorra roja con el nombre del mismo bordado en ella. Lo miré por entre el cristal que nos separaba de él; una gota de sudor se deslizaba de su frente hasta su mejilla donde se la limpió con el dorso de la mano.

—Buenas tardes, bienvenidos. ¿Cuentan con tarjeta de puntos?

—No. —Negaste de inmediato.

—¿Desean tenerla? Tiene un costo de cien pesos y pueden recargar lo que quieran.

Me miraste inquisitivo en busca de alguna respuesta. Fruncí los labios sin saber qué decir. Apretaste los labios y después te los relamiste. Miraste al chico que estaba del otro lado del cristal y asentiste. Tecleó algo en una computadora que tenía frente a él y después se quitó la gorra para mecerla frente a su cara y hacerse aire.

—¿Cuánto quiere recargarle?

—Toma —te di doscientos pesos de mi dinero y tu sacaste otros doscientos.

—Cuatrocientos pesos —le anunciaste pasándole el dinero por el hueco que había debajo del cristal y él lo tomó rozándote la mano. Frunciste el ceño cuando te sonrió y yo te tomé de la mano.

Puso los ojos en blanco y se dispuso a seguir haciendo el proceso de entrega de la tarjeta. Me apretaste la mano y pude escuchar algunos murmullos de las personas que estaban detrás de nosotros en la fila. Te solté para rascarme la nuca.

—Tomen. ¡Diviértanse!

Tomaste la tarjeta roja por debajo del cristal y ambos le agradecimos, saliéndonos de la fila. Pude sentir las miradas de todos seguirnos hasta que nos alejamos de ellos. Incluso había aprendido a vivir siendo el centro de atención de la gente porque a ti te fascinaba serlo.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now