Capítulo 29: Actualidad

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Hoy. 2021. Desde Aguascalientes, Aguascalientes. Actualidad.

Hay momentos en la vida en los que nunca te pones a pensar en los errores que has cometido. Momentos en los que cierras los ojos y lo único que piensas es un «que pase lo que tenga que pasar» sin medir las consecuencias.

Creo que eso somos las personas, ¿no? Momentos.

Todos somos momentos porque tenemos un inicio y un final en este mundo. Nos sentimos inmortales cuando creemos tener el mundo a nuestros pies, los reyes del universo. Pensamos que al morir nos quedaremos por el resto de los años en la memoria de todos los que nos rodeaban sin pensar nunca que esas personas tendrían su fin pronto y nos volveremos solo recuerdos.

Quizá nadie nos recordará después de eso.

Nadie sabrá por cuáles caminos pasaron nuestros pies. Ni las cosas que tocaron nuestras manos.

Nadie recordará lo que se sentía dar tu primer beso, el nerviosismo de saber si lo hiciste bien o fatal. Nadie recordará jamás el ruido de tu voz al cantar a todo pulmón mientras sentías el corazón estallarte de felicidad, ni de tus gritos...

Somos algo pasajero que llega y después se va, algo que hace que el mundo sea un baúl de los recuerdos para la humanidad en los que poco a poco se olvidan las cosas. Un mundo en el que, si no hiciste algo importante que destacase, no te tomaban en cuenta.

Pero, aunque no fuese inmortal, el recuerdo de Hugo siempre estaría en mi mente aun estando muerto. Aún pasados años bajo tierra, él era algo eterno, inolvidable, y lo digo porque él llegó para voltear todo mi mundo patas arriba y lo llenó de colores.

Colores que no había visto hace mucho tiempo hasta que Hugo se sentó junto conmigo a mirar la puesta de sol en la preparatoria mientras nos contábamos cómo nos sentíamos en ese momento.

Sí, lo que sospecharon desde un principio.

Hugo había muerto.

Hugo murió a inicios de julio debido a que el aneurisma cerebral que tenía en la cabeza se había roto, provocando el sangrado interno que tanto nos habían profetizado los doctores.

Habían pasado dos días desde la última vez que le vi.

Estaba recostado en mi cama cuando mi mamá abrió la puerta de mi habitación a mitad de la noche, temiéndome lo peor, y sin decir palabras, me abrazó y se recostó sobre mi cuerpo mientras mis lágrimas salían con desesperación de mis ojos.

Sus padres lo habían desconectado al fin porque ya no había nada que hacer con la herida interna que tenía.

Sabía que iba a suceder, pero no así, en medio de la noche. No sin mí. Él regresó del coma, volvió conmigo.

Pero las personas no vuelven cuando es muerte cerebral.

El dolor era insoportable.

Había estado viviendo con la esperanza en estos ocho meses de que volviese a abrir los ojos, y cuando lo hizo, todo se volvió más oscuro que antes.

La vida es corta, claro está, y de nosotros depende hacer de cada momento el mejor.

No sabía qué sentía.

Solo quería llorar y llorar.

Mi madre me apretó más en el abrazo y cubrí mi rostro con la almohada. Estaba temblando y aferrando con fuerzas la tela de la almohada. Presioné los ojos tan fuerte que nada se podía comparar al dolor que sentía en el pecho.

Me despegué de la almohada y mi madre me ayudó a incorporarme, abrazándome.

La oscuridad de la habitación me cubría por completo. La única luz que entraba era la del poste de luz pública, aunque no me permitía ver casi nada. Mi papá llegó a los pocos minutos y se arrodilló junto a nosotros, mirándome.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora