Capítulo 39: Javier

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Me recargo en la pared de piedra de la Catedral, en el centro de la ciudad, cuando diviso a Ari correr desde el otro lado de la Plaza de la Exedra. Llevaba días sin saber nada de él, todo por mi culpa. Por mi cobardía para afrontar de nuevo que Hugo ya no estaba, para reconocer que no fue culpa de Ari el haberme entregado tiempo después su carta de despedida.

Pero ahora tenía las cosas más claras que antes.

Me despego de la pared y llega conmigo, los rizos negros como la noche rebotan con cada paso que da mientras corre. Se detiene con la respiración agitada y se lleva una mano a la cabeza, enrollando en su índice uno de sus rizos para reacomodarlo en donde va. Aprieto la mandíbula para reprimir los recuerdos de esa misma acción en otra persona.

Me mira por debajo de las pestañas mientras inhala por la boca, y le sonrío.

—Hola —le saludo mirándole sus ojos como esmeraldas.

—¿Cómo has estado? —Inquiere poniéndose firme después de recuperar el aire. Se relame los labios y puedo notar con más claridad lo hinchados que están sus ojos.

—He tenido días mejores, ¿y tú? Por lo que veo no estás bien —digo refiriéndome a sus ojos.

Aprieta los labios y evita mi mirada.

—¿Quieres hablar? —Murmuro posando mi mano sobre su hombro.

Se encoge de hombros, le tomo la mano y lo guío hacia el jardín detrás de la Exedra, sentándonos en la fuente de luces de colores. Mis dedos siguen entre los suyos, acoplándose poco a poco a su tacto, a su piel, a su sensación. Sus ojos están fijos en mi mano que toma la suya con tanta fuerza, temiendo separarse.

Después levanta su mirada hacia la mía y me atrapa mirándolo.

Tiene una de sus espesas cejas alzada y una media sonrisa comienza a formarse en sus labios, mostrándome algunos detalles de sus alineados y blancos dientes. Un hoyuelo aparece junto a su comisura izquierda y trago saliva tras devolverle la sonrisa.

—Eh... —Dice en voz baja dividiendo su mirada entre nuestras manos y mis ojos. Poco a poco comienza a despegar cada uno de sus dedos y se aclara la garganta.

La sonrisa se desvanece de mis labios y comienzo a preguntarme: ¿por qué lo he tomado de esa manera? Y también: ¿por qué, mientras se acoplaban una a la otra, comencé a sentir un extraño hormigueo en la palma que me recorrió con velocidad todo el cuerpo hasta detenerse en mi corazón?

Trago saliva un poco confundido con mis acciones y centro mi mirada en el azulejo del suelo.

—Amm... Entonces, ¿qué pasó? —Murmuro sin mirarle la cara.

Se remueve en su lugar y se cruza de brazos.

—Mi madre me ha dicho que tiene principios de Alzheimer —dice con un tono grueso en la voz. Un tono que jamás le había escuchado decir, y que me hace voltear a verle.

Tiene la mandíbula apretada, lo suficiente que temo que sus dientes se quiebren. Parpadea varias veces mientras sorbe por la nariz y veo su pecho subir y bajar con un poco de rapidez. De repente, cuando suelta la mandíbula, entreabre los labios y el labio inferior le comienza a temblar.

—¿De verdad? —Susurro, recargando mi espalda en el respaldo de la banca.

Asiente con la cabeza y una diminuta lágrima se desliza por su mejilla.

—Javier —pronuncia mi nombre con la voz entrecortada, me mira y veo el dolor en su mirada—. Tengo miedo de lo que puede llegar a pasar en un futuro. Que olvide todo. Pero, sobre todo...tengo miedo de que pueda llegar a olvidarse de mí poco a poco.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now