Capítulo 28: Actualidad

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Hoy. 2021. Desde Aguascalientes, Aguascalientes. Actualidad.

—No sabes cuánto esperé para este momento —digo mientras le guío la cuchara a su boca.

Habían pasado cinco días desde que Hugo despertó. Los llevaba más contados que mis dedos de la mano y dos de esos días los había pasado con él en la habitación del hospital. El otro día salí con Ari porque los papás de Hugo habían venido a verle y Ari se ofreció a invitarme a comer.

Hoy era el cuarto día y tercero en el que estaba aquí con él en la tarde.

—Me cuidas como un bebé —dice riéndose cuando relleno la cuchara y hago el clásico "avioncito" hacia su boca.

—Te esperé ocho meses en los que no pude consentirte y ahora que quiero hacerlo no me dejas. —Me quejo sonriéndole.

Iba mejorando con cada día que pasaba.

Aunque todavía no se podía ir del hospital, se sabía que estaba estable. Pero, a pesar de verse tan bien, una pequeña bomba se desarrollaba en su cerebro: un aneurisma, producto del accidente, podía reventar y acabar con su vida a la mínima alteración, nos había informado el doctor.

Le di la última cucharada de su sopa de verduras y dejé el plato en el buró junto a la camilla.

—¿Qué dijeron tus papás cuando despertaste?

—Nada que no haya escuchado antes. Dijeron que trataste de matarme y que había quedado en coma por tu culpa. Chorradas de ellos para hacerte quedar mal, ya sabes —dice poniendo los ojos en blanco.

No entendía por qué de la noche a la mañana le había comenzado a caer mal a la mamá de Hugo, de parte de su padre lo entendía, pero de con su mamá por más vueltas que me diera la cabeza nunca llegaba a una conclusión firme.

La puerta se abrió poco a poco, rechinando y ambos nos quedamos callados mirándola. La voz de su papá sonó del otro lado y comencé a ponerme nervioso.

Hugo me mira preocupado.

—Son ellos. —Me advierte, y entonces, la puerta se abre por completo y los ojos de Cristian y Maricela se clavan en los míos y la sonrisa que tenían en los rostros se esfuma al instante.

Sabía que no armarían una de sus escenas aquí, ¿no? No lo harían por su hijo, ¿cierto?

—¿Qué haces tú aquí? —Pregunta Cristian mirándome.

—Vine a ver a su hijo —respondo con la voz firme.

Aprieto la mandíbula y entran en la habitación, dejando la puerta abierta detrás de ellos. Maricela toma del brazo a Cristian cuando comienza a avanzar hacia la camilla.

—Viniste, porque ya te vas —dice firme, seguro, serio.

—Papá...

—No, Hugo, él trató de matarte. ¿Qué no lo entiendes?

—Yo nunca le hice nada a su hijo y ustedes lo saben bien.

Maricela suelta a su marido y se pone frente a él, mirándome.

—Claro que sí, de seguro fuiste tú quién lo persuadió de irse fuera de la ciudad en plena tormenta.

¿Qué? Me muerdo el interior de las mejillas.

—Señora, con todo respeto... —siento la mano de Hugo tomar la mía—. Si no sabe cómo sucedieron las cosas, mejor no hable. Por favor.

—Tú no vas a decirme qué hacer, ¿entiendes? No eres más que un escuincle que no sabe de la vida, un niño inmaduro.

—Mamá, paren ya. —Hugo aprieta mi mano y lo miro.

—¡Salte de aquí! —Grita Cristian, furioso.

—No le hables así, papá —interviene Hugo.

La mirada de los tres se clava en él y vemos cómo comienza a subir y bajar cada vez con más rapidez su pecho.

—Hugo, relájate. Ya me voy —digo posando mi mano sobre la suya.

—¡Apresúrate! —Vocifera Cristian mientras me chasquea los dedos para que camine más rápido y los deje solos.

—¡Ya, papá, por Dios! —Gritó Hugo, desesperado—. ¡Déjense de odio ya! ¡Estoy harto!

Y dicho eso, su cabeza se va hacia atrás hundiéndose en la almohada mientras su pecho sube y baja con una rapidez desenfrenada. Me aprieta más fuerte la mano y su cuerpo comienza a temblar sobre la camilla. Le tomo de las mejillas y veo sus ojos totalmente en blanco mientras que de su boca empieza a salir líquido blanco.

—¡Doctor! —Grita Maricela desde el pasillo.

—Ves lo que provocas —me dice Cristian al otro lado de la camilla.

—Señor, este no es el momento. ¿Qué no se da cuenta? ¡Doctor!

Hugo está convulsionándose. Los gritos lo han alterado y ahora su cuerpo no reacciona. Los doctores llegan acompañados de enfermeras y nos sacan a rastras de la habitación.

Resulta que se había roto el aneurisma, y mientras veo a los médicos correr por el pasillo hacia el quirófano con su camilla, el miedo vuelve a instalarse en mí. 

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now