Capítulo 33: Ari

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Lo miro por el espejo retrovisor y me quedo embobado con la manera en que observa el cielo. En sus ojos se reflejan los tonos que lo inundan, y de repente sonríe. Es una sonrisa diminuta, tierna, finita.

El semáforo se pone en verde y mi madre pisa el acelerador, no dejo de mirarle la forma en la que el viento, que se cuela por su ventanilla y por la mía, le remueve el cabello que le ha crecido en los últimos meses. La sonrisa que le dedicó al cielo sé que no es por otra cosa más que por él.

Por Hugo.

Para Hugo.

Y sonrío yo también al verle analizar los pequeños detalles que hay ahí arriba.

De repente baja la mirada y se encuentra con mis ojos, que lo miran.

Alza ambas cejas y su sonrisa se expande aún más. Le devuelvo la sonrisa con más entusiasmo y le guiño un ojo.

—¿Aquí? —Pregunta mi madre llamando mi atención.

Observo el lugar y asiento. Le hago una señal con la cabeza a Javier para que descienda del coche y lo hace. Me despido de mi mamá dándole un beso en la mejilla y me salgo uniéndome a él.

—Diviértanse.

Y se va, dejándonos a los dos solos.

Suspiro metiendo mis manos en los bolsillos de mi short y recuerdo la carta que tengo en el bolsillo trasero. Sí hay oportunidad y valentía de mi parte esta noche, se la entregaré.

Hugo merece que lo haga.

Javier merece que lo haga.

Lo miro y veo que aprieta los labios.

—¿A dónde te gustaría ir?

—¿Unos tacos?

—¿"Los Reyes del Taco" te parece bien? —Inquiero señalando hacia la izquierda.

—Sí —asiente suspirando—. Nunca había escuchado tanto en mi vida la palabra Reyes.

—Ya somos dos. Vamos.

Pasamos el resto de la tarde comiendo tacos de pastor mientras reímos sin parar por los chistes que le cuento de vez en cuando o una de sus anécdotas de cuando era pequeño.

Al terminar, pago la cuenta de lo que hemos comido y protesta, pero le ignoro.

—¿Vamos a caminar un poco? Por aquí a unas cuadras se llega al Jardín de San Marcos.

—Sí, vamos.

El cielo comienza a oscurecer y las luces de los coches nos iluminan mientras caminamos por la Quinta Avenida hacia Lanceros de Aguascalientes, y después por Ignacio T. Chávez dando vuelta hacia Dalias hasta Paseo De La Feria, así hasta llegar al Jardín de San Marcos.

Entramos y el canto de las aves es nuestro soundtrack de fondo.

—¿Te quieres sentar?

—Vamos al kiosco. En esta época me gusta ver todas las luces que adornan las fuentes que lo rodean.

—Está bien —acepto asintiendo con la cabeza varias veces seguidas a pesar de que no me mira.

Durante todo el trayecto de llegada al Jardín su mirada vagaba por momentos entre el camino y el cielo, donde la luna comenzaba a hacer acto de presencia con su blanquecino resplandor. Las farolas de los postes de luz pública se encienden, iluminando los pasajes del interior del Jardín que conducen hacia el centro del mismo, en donde se encuentra el pequeño kiosco al que la gente usualmente va a tomarse fotografías, y más en estas épocas cuando adornan con luces navideñas el contorno de la estructura, y las fuentes que hay a su alrededor se iluminan de distintos colores.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now