Capítulo 2: De Javier para Hugo

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Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Ese mismo día mientras caminaba por las calles del centro de la ciudad de Aguascalientes, no podía dejar de observar detenidamente a las personas que pasaban junto a mí dándome golpes en el hombro de vez en cuando. Iba escuchando Una Mentira Más de Natalia Jiménez y Yuri, e intentaba saborear cada una de las palabras de la canción, recordando sucesos del pasado. Había cosas que nunca te había contado y no sabría si podría hacerlo, pero cuando llegaste a mi vida fue como si todo se borrara de mi casete mental.

Di vuelta en una esquina y me metí en una de las librerías a las que acostumbraba ir a leer. Era un gran local en la esquina frente a un enorme centro comercial, había sillones para sentarse a leer un rato sin interrupciones. ¿Mi lugar favorito? Puede ser.

Me senté en uno de los sillones de tela negra mientras tomaba un ejemplar de los estantes que había ahí, sin saber siquiera de qué trataba. Pero, apenas hojear la primera página, escuché una carcajada que provenía de fuera entre el gentío.

Una carcajada que había escuchado con anterioridad en la preparatoria.

Era tu risa.

Esa risa histérica tuya que se escuchaba a metros de distancia. Me puse de pie y me cambié de sillón, al que estaba oculto detrás de un estante en el que podía verse, entre los libros, la puerta de la entrada principal. Te observaba desde la distancia. La forma en la que se entrecerraban tus ojos por culpa de los rayos del sol me parecía entretenida. O la manera en la que tu manzana subía y bajaba al compás de tus carcajadas. Cuando te llevabas la mano a la cabeza para acomodarte tus rizos negros mi celular vibró en mi bolsillo del pantalón, distrayéndome.

Era un mensaje de mi grupo de WhatsApp con mis amigos del salón, donde estaban pidiendo la tarea de la última clase a la cual no asistí durante media hora. Guardé mi teléfono en el bolsillo de mi pantalón y volví a mi posición entre los libros en tu búsqueda.

Pero ya no estabas.

Había dado por sentado que te habías ido con tus amigos hasta que te aclaraste la garganta a mi lado y me hiciste pegar un brinco en el asiento. Dramatizando con una mano en el pecho, me armé de valor y decidí mirarte a los ojos. Los tenías un poco cerrados por culpa de tu enorme sonrisa, que llevabas pintada en los labios.

Jugaste con tus cejas unos segundos y después miraste toda la librería.

—Así que aquí es adonde vienes cuando no tienes nada que hacer, ¿cierto?

El tono de tu voz era relajante, tranquilo. Grave. Inquietante. Me ponía nervioso tenerte frente a mí. Era raro que, después de casi tres años, me comenzaras a hablar.

Me mordí el labio inferior y asentí con lentitud.

—Es un gran lugar para despejar la mente.

—Lo imagino. —Frunciste los labios mientras asentías. No podía evitar seguir tu mirada hacia donde veías, pero cuando volviste a posar tus ojos sobre los míos me sentí nuevamente indefenso.

Como un conejo frente a un lobo.

—¿Cuál lees? —Diste un paso hacia mí y te sentaste en el reposabrazos del sillón. Desde mi lugar podía oler tu fragancia. Observé tu mano estirarse hacia mí y tomar el libro de entre mis manos, rozando las puntas de tus dedos contra mi piel al tomarlo.

Y me quedé inmóvil mirando ahí donde tu piel había tocado la mía.

Analizaste el libro con detenimiento, mirándolo con el ceño fruncido mientras una sonrisa de burla se dibujaba en tus labios. Te miré y fruncí el ceño confundido por tu expresión. Giraste tu mirada del libro a mí y alzaste ambas cejas.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now