Capítulo 36: Javier

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Muevo nervioso la pierna, sin detenerme.

¿Habré hecho bien en pedirle precisamente a ella que venga a contarme cómo estuvieron realmente las cosas? Después de haberme llevado la chaqueta de mezclilla de Hugo a mi casa le pasó su número telefónico a mi madre por si se me llegaba a ofrecer algo.

Y ahora justamente se me ofrece algo.

La miro cruzar el umbral de la puerta del Starbucks y los nervios comienzan a aumentar en mi interior. Alzo una de las manos para indicarle el lugar donde estoy sentado, esperándola. Una sonrisa diminuta se dibuja en sus labios cuando sus ojos hacen contacto con los míos, y se acerca.

La verdad esperaba que se rehusara a verme teniendo en cuenta que a su marido no le caigo nada bien, y menos después de la muerte de Hugo cuando se empeñó en culparme de todo lo sucedido. Pero su mamá... Llevaba meses desde el día en que me visitó en mi casa que no la veía, y aunque no tenía ganas de verla, necesitaba que me confirmara lo que Hugo había dicho en su carta de despedida.

El corazón se me encoge cuando se sienta frente a mí y me doy cuenta de las enormes ojeras que tiene debajo de los ojos, tan oscuras como la noche.

Le dedico una sonrisa.

—Hola, Javier, ¿cómo has estado? —Inquiere dejando su bolso sobre su regazo.

—He tenido mejores rachas, ¿y usted?

Frunce los labios y sacude levemente la cabeza.

—Quisiera decirte que estoy bien, realmente quisiera hacerlo, pero... —La voz se le ahoga, creándole un nudo en la garganta que le impide continuar la oración. Se lleva ambas manos a los ojos y se retira las lágrimas que aun no han caído de sus ojos, como si quisiera espantarlas y evitar que suceda el descenso—. Lo siento.

Suspiro.

—No pasa nada, ¿está todo bien?

Niega con la cabeza.

—Desde la partida de Hugo nada está bien...

—Me imagino...

—No, hijo, no creo que puedas imaginártelo... el dolor de una madre no se compara con nada.

Aprieto los labios al ser consciente que quiere minimizar el dolor ajeno con el suyo solo porque era la madre de Hugo, una madre que aceptaba a su hijo solamente cuando necesitaba algo. Pero, bueno, cada quien. Qué hipócrita podía resultar la gente en algunas ocasiones...

—Pero bueno... ¿de qué querías hablar, cariño?

—De esto —digo sacando el trozo de papel del bolsillo del pantalón, dejándolo encima de la mesa.

Maricela frunce el ceño sin tener la menor idea de qué contiene el papel.

—¿Y eso qué...?

—Es una carta que Hugo me escribió el día que despertó —confieso, interrumpiéndola. Ella abre los ojos sin dejar de fruncir las cejas—. La cité aquí porque... porque él planeaba terminar conmigo una vez que... la verdad no tengo idea, pero él planeaba terminar conmigo porque quedó parapléjico, ¿es cierto ese diagnóstico?, ¿Hugo no iba a poder caminar nunca más en su vida?

Mis preguntas la toman por sorpresa, y lo sé por el silencio que se me antoja eterno que se instala entre nosotros. La miro directo a los ojos en busca de alguna respuesta. Pero dicen que el que calla otorga, dándome a entender con su silencio que la respuesta es nada más y nada menos que un rotundo y doloroso: .

Exhalo todo el aire que mis pulmones han almacenado.

—¿Entonces era verdad?

Asiente levemente con la cabeza y el corazón se me vuelve a partir en pequeñísimos trozos, incluso las partes que ya tenían una pequeña bandita sanadora pegando cada uno de ellos se retira y vuelven a caer en picada en un hueco inmenso del que no sé si podré ser capaz de rescatar esta vez.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora