Capítulo 8: De Javier para Hugo

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Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

¿Pensaban que la noche terminaría ahí? Se equivocaron. Lo que llegó después fue el paso definitivo para que nuestros mundos ahora sí formasen uno solo. Ese día tomé mi papelito de la galleta de la suerte y apareció tu nombre junto al mío. Fue el comienzo de lo que sería la etapa más feliz de mi vida.

Dejamos a mis amigos dentro del salón de la fiesta de graduación cuando el reloj marcó pasada la una de la madrugada. El aire que se estampaba en nuestros cuerpos era fresco, tranquilo. La calle estaba sola, iluminada por los faros de los postes de luz pública. El tono anaranjado del ocaso del crepúsculo me hacía sentir extraño. Estaba nervioso mientras caminábamos juntos a solas por la calle, así que concentré toda mi atención en la sombra oscura de mi propio cuerpo que se reflejaba en el piso.

De repente, mi corazón se detuvo. Abrí por completo los ojos y alcé mi mirada del suelo de pavimento hacia el motivo de mi paro cardíaco. Tragué saliva con dificultad mientras sentía los dedos de tu mano abrirse paso entre los míos. Y cuando lo lograron, los cerraste en mi mano, apretándola.

Caminamos tomados de la mano hasta la avenida principal de la Zona Centro. Te desabotonaste el saco del traje y comenzaste a correr por la avenida. Justo como habías hecho hace días. Te seguí, gritando tu nombre que resonaba en ecos por todas las calles de nuestro alrededor. Hasta que te detuviste y un trueno bramó con fuerza en el cielo, acompañado de un brillante y cegador relámpago.

Extendiste tus brazos en mi espera. Me mirabas con un brillo especial en tus ojos. Había algo en tu mirada que me hacía sentir seguro. Especial. Único. Era un brillo idéntico a las estrellas. Corrí con más rapidez hacia ti, sintiéndome aún más seguro de hacerlo. Mientras corría, tenía una cosa en claro y era que te quería.

Quería ser lo único que pudiera hacerte feliz por el resto de los días que lo nuestro duraría. Quería ser tu luz. Tu estrella. Quería ser el lado oculto de la luna, ese lugar al que quisieras ir cuando sintieras que tu brillo interno se estaba terminando. Ser el lugar al que pudieras escapar cuando todo se te viniera encima.

Así que, a mitad de la avenida justo en donde estaba pintada la línea amarilla del tránsito, a pocos metros de ti corrí con más rapidez y envolví mis brazos alrededor de tu cuello. Me tomaste de la cintura, haciéndome girar sobre nuestro lugar mientras nos partíamos en carcajadas. Me depositaste en el pavimento que tenía las marcas de las llantas de los coches que habían pasado alguna vez por aquí.

Nuestras frentes estaban pegadas, ambos tratábamos de recuperar el aliento. Subiste tus manos desde mi cintura hasta mi cuello, trazando un camino con las yemas de tus dedos dejando un rastro de cosquillas ahí donde tu piel me tocaba.

Me mirabas y yo a ti. Tu pecho subía y bajaba con más tranquilidad que el mío. La punta de nuestras narices estaba tocándose y comenzaste a mover la cabeza de un lado a otro sin despegar tu frente de la mía. El canto de los grillos eran nuestra banda sonora esa noche.

Recordé lo que me habías dicho de las estrellas en el salón de la graduación horas antes. Y por inercia dirigí mi mirada hacia el cielo, tu siguiéndome el paso. El cielo estaba lleno de ellas. No había espacio alguno que no tuviera un diminuto punto blanco centelleando. Esa noche no había luna. El cielo simplemente estaba lleno de estrellas. Puntos blancos centelleantes que se iban quedando escondidas detrás de las nubes grises cargadas de agua que comenzaban a arremolinarse en el cielo.

Era curioso cómo las nubes de tormenta gobernaban el cielo de repente en estas fechas del verano en Aguascalientes: en un momento el cielo estaba limpio, y de repente ya estaba lloviendo.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now