Capítulo 21: Actualidad

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Hoy. 2021. Desde Aguascalientes, Aguascalientes. Ocho meses después.

El sol brillaba con tanta potencia en los días de verano. Eran los únicos días en los que los rayos del sol se tomaban la libertad de entrar por la atmósfera y hacer del mundo suyo. Iluminándolo todo con tonos amarillos, dorados y brillantes, algunos alegrándoles el día. Para otros aborreciéndoselos. Conmigo no sabía qué sucedía exactamente con el sol.

Hace ocho meses, para ser exactos, que el sol había dejado de tener esa potencia para mí. Ya no lo veía brillar, ni me calentaba, ni me mejoraba los días. No. Para mí todo se había vuelto de nubes grises desde el "trágico día".

Me detuve frente a mi ventana, mirando hacia el exterior. Las personas caminaban de un lado a otro con sus crías en las manos. Parecía que el mundo solo se había detenido para mí y al resto les pareció indiferente.

Me giré sobre mis talones y juro por Dios que en mi cama aún quedaban los restos de su cuerpo, de sus sonrisas, de sus miradas, de sus caricias... De todo lo que formaba a Hugo.

Él había sido el principio y el final de mi vida.

El cuerpo me dolía. Y no entendía por qué. No sabía cuál dolor era más fuerte: si el de la grave herida que tenía en el costado izquierdo del estómago que, por más cicatrices que tuviera, no dejaba de doler, o el del recuerdo de Hugo inconsciente. Recordaba mi grito, y también recordaba que desde entonces no había vuelto a proferir ni un solo sonido. Literal. La garganta se me rasgó, al igual que el corazón.

Habían pasado ocho meses desde el trágico día.

Los primeros meses fueron un tormento, a lo que recuerdo, porque tras varias semanas en el hospital a revisión y supervisión de los médicos, nunca me dieron la oportunidad de verlo ni de saber qué había sucedido con él. Lo único que sabía era que su familia aún no se había presentado en el hospital. No los culpaba, pero mínimo hubieran tenido un tantito de respeto por su hijo que estaba agonizando el mero día de su cumpleaños.

Cuando los médicos dijeron que mi herida ya no era tan fuerte como lo fue en su momento, y que podía empezar a caminar otra vez, pero con precaución, lo primero que le pedí a mis padres era que me llevasen a su habitación. No se opusieron, al contrario, con una sonrisa forzada asintieron levemente con la cabeza mientras me tomaban de los brazos y me guiaban hacia la puerta de su habitación.

La primera vez que lo volví a ver después de varias semanas fue lo peor que pude haber sentido en mi interior. Cuando entré en su habitación, el verle ahí tumbado conectado a las máquinas de asistencia respiratoria y a la alimentación por sonda, sin moverse, me erizó totalmente la piel.

De pies a cabeza.

Incluso en la parte de la herida.

Caminé despacio hacia él, deteniéndome a su lado: tenía los ojos cerrados y la piel pálida. Mi madre me acercó un pequeño banquillo y me ayudó a sentarme, después salieron para dejarme a solas con él.

No recordaba gran cosa del accidente, pero los pocos fragmentos que aún conservaba en la mente eran suficientes para lastimarme. Las luces dirigiéndose a nosotros. El coche volando por la barranca... Él y yo entregándonos en cuerpo y alma momentos antes de todo aquello. Sólo estábamos festejando su cumpleaños, y todo cambió en un parpadeo... pff. Me dolía verlo ahí. Y me siguió doliendo estos ocho meses después.

Pero con el corazón en un puño, le tomé de la mano.

Estaba fría.

Todo su cuerpo lo estaba.

Tragué saliva con dificultad y los ojos comenzaron a escocérseme, llenándose de lágrimas, acumulándose para en cualquier momento salir como una explosión de mis ojos. Me llevé su mano a la boca y deposité un diminuto beso en el dorso de ella, trasmitiéndole un pedazo de mi calor.

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)Where stories live. Discover now