Capítulo 19: De Javier para Hugo

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Desde el Hospital General de Zona No. 2, Aguascalientes, Ags. 2020.

Hugo... Este es el final de nuestra historia. El último día que estuvimos juntos será por siempre el peor de mi vida. Y digo el peor por el sufrimiento que se instaló en mi alma aquel día con las primeras lluvias del otoño. Pero bueno, no me adelantaré sin darte el último buen recuerdo que tengo de ti.

Y ese fue el mismo día que todo cambió.

Me había despertado con mucho entusiasmo ese día. Apenas había abierto los ojos, ya me estaba conectado en WhatsApp para leer los mensajes que me habías dejado en mi bandeja de entrada la noche anterior antes de dormirme.

Decían:

Javier. Descansa, buenas noches.

Nunca había amado tanto las estrellas hasta que apareciste tú.

Me enamoré de ti.

No sé cómo demonios le hiciste, pero abriste las puertas que juré tener

cerradas durante un largo tiempo para el amor.

Sonreí como tonto al teléfono sumergido en la tranquilidad de mi habitación. Eran alrededor de las siete de la mañana y tenía que estar a las ocho en punto en la universidad para mi clase de Literatura Clásica Grecolatina. Era la primera clase que tenía en el día más pesado de todo mi horario escolar, o sea, imagínate, ¿tres horas seguidas de una clase con uno de los maestros que no tragabas? Era un sufrimiento total. Resoplando, me puse de pie de mi cama y caminé hacia mi ropero donde saqué el mejor conjunto que encontré entre las penumbras.

Y mientras me bañaba recibí un mensaje tuyo.

Hugo: ¿Paso por ti? Mi papá me ha prestado el coche.

Javier: Si quieres, aunque ya sabes lo que pienso de ello.

¿Dónde te veo?

Hugo: Paso a tu casa. Te quiero.

Javier: Yo también.

***

El claxon del coche sonó justo en el momento en el que estaba poniendo mi mochila en el hombro. Llevaba puesta una sudadera porque los fríos de la temporada se sentían cada vez más. Cuando salí a la calle los primeros rayos del sol estaban reflejándose en el cielo azul, y algunos pájaros habían comenzado ya su vuelo.

Me saludaste con la mano desde el interior del Vento, y con solamente estirar el brazo, abriste la puerta del copiloto. Cuando entré avanzaste por la calle con una velocidad promedio la cual era costumbre en ti. Te incorporaste a la avenida principal y varias personas iban corriendo en las aceras con ropa deportiva, algunos llevaban a sus mascotas.

Encendiste la radio y comenzó a sonar Tormenta de Arena de Dorian.

—¿Cómo amaneciste?

—Ahora que estás tú, excelente —respondiste con la voz ronca.

Detuviste el coche en un semáforo en rojo y aproveché el minuto que duraba en ese color para devorar tus labios en unos besos emocionantes.

—¿Qué clases tienes hoy?

—Tengo tres horas en Grecolatina, ¿y tú?

—Tengo tres de Diseño de Imagen y Sonido, después soy libre.

Abrí los ojos como platos.

—¿Nada más tienes tres clases hoy?

—Así es. ¿Quieres hacer algo saliendo?

—Pero salgo hasta las dos. Aunque tengo un descanso después de Grecolatina hasta las doce. Bueno, además tengo clase de inglés de cuatro a seis de la tarde, después soy libre.

—Genial. Con eso basta, ¿quieres? Sirve y festejamos.

Fruncí el ceño, confundido.

—Festejar... ¿qué?

Tu rostro se volvió serio.

—Mi cumpleaños, tonto. ¿No te acordaste?

Abrí los ojos como platos al recordar el número de día en el que estábamos: 1 de octubre.

—¡Perdón! Es cierto, he estado con muchas cosas en la cabeza que no recordaba qué día era hoy...

Reíste, me incliné sobre el asiento y te planté un beso profundo en los labios acompañado de un abrazo de oso.

—No te preocupes, lo bueno que yo sí me acordé y ya planeé cómo quiero festejarlo.

—¿Ah sí? ¿Y cómo? Si se puede saber.

Relamiste tus labios y bajaste un poco el volumen de la música para después aclararte la garganta.

—Tú y yo y una cabaña en mitad de la nada, ¿qué te parece?

No me di tiempo de sopesar tus palabras, si te soy sincero. Es más, no tenía ganas de pensar en nada porque sólo quería que ese día fuera especial para ti. Sin dudarlo, acepté.

—No estaría mal.

No sabía qué te traías entre manos, pero si algo sé es que durante todo el día en lugar de poner atención a lo que decía el maestro sobre La Odisea y la Ilíada no dejaba de darle vueltas al asunto y de culparme por no recordar tu cumpleaños.

***

La mañana transcurrió normal, Ari estuvo juntándose conmigo cuando el maestro nos pedía que nos pusiéramos en pares para trabajar más rápido y menos aburrido. Le sonreí cuando se acercó con su mochila y su banca hasta la mía y se sentó en ella chocándome el puño.

—Hola. ¿Cómo estás?

—Nervioso.

—¿Por?

—No queda nada para que salgamos y saldré con Hugo al rato porque es su cumpleaños.

Su expresión cambió por completo y no sabía por qué. Pero justo en el momento en el que mi mente comenzaba a crearse teorías falsas sobre su reacción sonrió burlonamente y alzó una ceja.

—¿Tú y él solos?

Asentí y emitió un sonido que llamó la atención de todos. Comencé a sentir que las mejillas me ardían de la vergüenza de ser el centro de atención en el aula, pero me divertía a la vez por las carcajadas estruendosas de Ari cuando el maestro le llamó la atención.

—Sí sabes que si quiere que se vean solos va a ser para... ya sabes —dijo sonriendo.

—Muchas veces hemos estado solos y nunca hemos hecho eso, no creo que esta sea la excepción.

Mentí.

Claro que habíamos tenido encuentros de vez en cuando en mi habitación y en otros lugares. Pero el que más recordaba era la vez que estábamos en Acapulco y, mientras veíamos Llámame Por Tu Nombre, te hice explotar en un orgasmo que nunca pensé que lograría.

—Qué raros son. Además, seria un buen regalo de cumpleaños que te entregaras por completo a él si tanto dices que los latidos de tu corazón llevan su nombre...

—Ya. —dije, sopesando sus palabras.

Pero en cierto sentido tenía razón Ari, ¿y si ahora era el momento en el que de verdad lo haríamos sin miedo? El miedo cuando se apodera del cuerpo te bloquea y restringe. Te hace cohibirte. No sabía si estaba listo, pero sí es que era el momento no debería haber marcha atrás.

Te quería, y tú a mí, ¿qué más podría desear?

***

—¿Te veo en inglés? —Asiento.

—Nos vemos, Ari.

—Hasta el rato, Javi.

Ari se fue cuando el reloj marcó las tres de la tarde, y el aburrimiento llegó a tomar su lugar junto a mi en la banca de una de las jardineras de la universidad. ¿Qué hacer en una hora para no aburrirme de más? Saqué mi teléfono y me puse a ver una película.

Despierta, Hugo, ¡despierta!

Hasta que el sol deje de brillar (TERMINADA)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن