☼ Capítulo 19. Motores listos

1.9K 325 231
                                    

17 de Marzo 1980

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

17 de Marzo 1980. 

Nueva York, Nueva York.

Manejaba sin control, esquivando autos, camiones y otras motos, ganándome insultos y bocinazos de la mayoría de conductores. Traía puesto mi casco, no por protección sino, para que nadie me reconociera. No tendría ningún accidente, de haber decidido estrellar mi motocicleta, lo habría hecho kilómetros atrás.

Sin un rumbo marcado, tampoco sabía hasta dónde quería llegar, simplemente deseaba quemar las llantas manejando en la carretera. Nada me importaba. Iba murmurando contra el cristal del casco, mi propio aliento golpeándome.

Por primera vez en años, Golzine me "llamó la atención". No fue la gran cosa, en realidad se estaba riendo de la situación. Solo aparentó para escarmentar al resto, para simular que no existían excepciones cuando se trataba de "romper las reglas".

Di un frenazo, a punto de chocar, el ruido fue mayor que el susto que me llevé por el auto que se metió en mi camino.

–¡Baja la velocidad! ¡Estúpido! –el gran hombre tras el asiento del coche me sacó el dedo de en medio.

Era un automóvil que me seguía desde ya unas cuadras, no lo había notado por venir pensando en lo que tuve que pasar en la oficina de Golzine. Aunque ahora, tenía toda mi atención.

–No te oigo, ¿disculpa? –fingí no haberle entendido, levantando el polarizado oscuro del casco. Tuve ante mí a un hombre robusto, blanco como un cerdo e igual de gordo que uno bien alimentado. Sonreí por la imagen de su apariencia poco agraciada.

–¡Que bajes la velocidad, imbécil! –casi podía ver la saliva salir de su boca, enojado por algún motivo absurdo–. ¡O te choco contra la acera! –amenazó.

Nadie tenía el privilegio de haberlo hecho antes y sobrevivido. Tampoco nadie me había insultado sin llevarse un castigo, ser golpeado hasta casi morir o sin que le regresara el favor rompiéndole la mano. Pero ese omega pelinegro lo hizo no una vez, sino que los últimos dos días su actitud rebelde se topó conmigo y seguía bien parado. ¿Me estaba volviendo manso? ¿O menso? ¿Qué me estaba pasando?

Para la mala suerte de este puerco neoyorquino, él no era ni siquiera un omega que mereciera un trato amable. Para mí, no era ni un humano.

–¿Qué? –repetí, apuntándole casualmente con mi arma–. ¿Puedes repetirlo?

Lo asusté de más, dio un volantazo, enviando su auto contra un poste en la acera. Los gritos de los peatones fueron por su acción y no por mi arma, que escondí rápido. Las alarmas de las sirenas de policía comenzaron a aproximarse, seguramente ya había una cerca que vio el accidente y pasó la alarma a sus compañeros.

El cerdo salió de su coche, el humo también salía por el cofre cerrado, fue un golpe duro. Intentó perseguirme con sus piernas cortas y obesas, le fue imposible seguir la marcha a mi poderoso motor. Lo único bueno fue que su accidente bloqueó gran parte del tráfico, tenía libre y solo para mí la carretera. Giré mis muñecas, sosteniendo ambos volantes, el motor respondió de manera satisfactoria, abriéndose paso a toda velocidad por el pavimento.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Where stories live. Discover now