☾ Capítulo 38. ¿Nuestro final? (II)

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10 de Marzo de 1981. 

Queens, Nueva York.

Tuve que esperar, lleno de impaciencia, a Jessica. No podía decirle la noticia por teléfono, así como a mí tampoco me habría gustado recibirla de otra manera. Me movía por todos lados, me sentaba y dejaba la silla, entraba a las habitaciones y salía, me asomaba por la ventana y luego iba a la cocina.

La estúpida carta seguía sobre la mesa para cuando ella llegó, hasta el momento en que le abrí la puerta y Jessica la sostuvo entre sus manos, no se desvaneció, así que no era una alucinación de mi cabeza.

–Eiji, ¿quién te dio esto? –luego de terminar de leer, se dirigió a mí. Afectada por la lectura, sus ojos tenían un brillo húmedo. No sabía si también podía sentir las feromonas en ella.

Respiré con fuerza, encogiéndome de hombros, todo al tiempo que me abrazaba a mí mismo de pie, en la sala.

–No alcancé a ver –distraído, mordía una de mis uñas, luego de acabar con la anterior durante el lapso que estuve solo. Me acerqué hasta la alfa para tomar la hoja de sus manos, volviendo a leer la frase que ya me sabía de memoria: "¿Vendrás a despedirte de tu hermana?".

–¿Debería preguntarle a Max? –caminaba dando vueltas, apretando su cuerpo en un abrazo propio, a lo mismo que hacía yo–. Podría tratarse de una trampa extraña. Eiji, está a nada de salir tu vuelo, esto es arriesgar todo.

Mantuve mi silencio. La mujer había traído panes frescos y pequeñas muestras de mermelada de varios sabores; a pesar de que le dije que no necesitaba nada. Tomé un pequeño trozo que metí en mi boca, buscando tranquilizarme al ocupar mi mente en una tarea sencilla como comer.

La solitaria maleta, llena al tope, me esperaban en el cuarto de mis padres. Tenía el pasaporte así como los boletos de avión a mano. Los cajones del ropero se hallaban vacíos, la comida de las gavetas y del pequeño refrigerador fueron consumidos, hicimos una limpieza profunda días atrás. Me iba incluso con muchas más cosas que con las que había llegado. Tenía tantos rollos con fotos que revelaría en casa, cada uno repleto de cientos de recuerdos.

–No, él podría saber algo...

–¿No es lo que queremos?

Negué con la cabeza, apoyando mis brazos rectos en la mesa, sin sentarme.

–No de esta forma.

De cualquier manera, nosotros no contábamos con mucho tiempo disponible para movernos por la ciudad. El vuelo salía esa misma noche a las siete, en ese momento eran las doce de la tarde, casi la una. Y debíamos estar en el aeropuerto mínimo dos horas antes por cualquier inconveniente al registrarme.

–Al final creo que si debo llamar a Max –marcó su número antes de que me permitiera contestarle–. Le diré que lleve las maletas por nosotros al aeropuerto antes de que lleguemos de lo que vamos a hacer, no voy a dar vueltas por todos lados hoy.

El pobre Max solo podía contestar con "sí" a las exigencias de su esposa, ni siquiera pudo replicar y Jessica tampoco contestó a ninguna de sus preguntas. Cuando ella le colgó dijo con un guiño dirigido a mí: "Para que aprenda que se siente que hagan planes sin ti".

Las mujeres no olvidaban, y Jessica aún tenía muy presente que su marido desapareciera en un momento crucial cerca del año pasado.

De cualquier manera, tomamos un taxi, dispuestos a atravesar esa larga distancia en el menor tiempo que nos fuera posible. Con tal de desenmascarar el misterio de aquella carta extraña. El auto amarillo tardó una eternidad en pasar por nosotros, cuando por fin ambos estuvimos sentados en la parte trasera no pude evitar que mi rodilla brincara durante todo el trayecto.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Where stories live. Discover now