☾ Capítulo 29. El tiempo corre

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24 de Marzo de 1980. 

Nueva York, Queens. 

Por la ciudad se siente una inquietud, como si se supiera que algo podría llegar a cambiar de un momento a otro. De por si la situación en las calles de Nueva York era de temer, con el sonido de disparos por la noche y las ambulancias sonando en los momentos menos esperados. Muchas veces me desperté a mitad de la noche por alguna emergencia cerca de mi zona.

Asaltos a mano armada, drogadictos por las calles, bandidos esperando en los callejones, basura por doquier, alfas que de pronto se sentían los reyes de las calles y acosaban a omegas solitarios. En general, la situación de la ciudad era inquietante.

Podías leerlo en el ambiente, como si hubiese pólvora regada por las calles y un sujeto demente con un fosforo en la mano caminase libre por ahí.

Jessica, siempre tan intuitiva, me lo hizo saber por ese entonces. No le hice mucho caso a pesar de que podía palpar en el aire que el ambiente se volvía pesado, pensando que no serían asuntos relacionados conmigo. Cuan equivocado estaba.

Me mantuve ocupado, para entretener mi mente de pensar acerca de Ash. Poniéndome al corriente de mi itinerario con el que llegué a Nueva York en mente.

El día comenzó temprano para mí. Con un rumbo especial.

La ya renombrada madre neoyorquina me despertó con café y trayendo a los peludos gatitos, tirándolos literalmente sobre mi cama mientras aún dormía, soñando con fantasías. Entró con su propia llave, no me sorprendió.

Los animalillos corrían por toda la habitación, trepando muebles, mordiendo mis dedos y arañando las colchas. Mi cuarto de nuevo les pertenecía. Eran como el regalo de bienvenida que Nueva York me dio cuando recién llegaba.

Pasamos todo el día buscándoles un nuevo hogar, pegando carteles en los postes de la colonia y preguntando a los vecinos acerca de sus oportunidades para adoptar uno. Llevando a los susodichos cachorros en una caja que no era suficiente para retenerlos, a pesar de los halagos que recibían sobre sus miradas brillantes no tuvimos mucho éxito, pero era el primer día. Pusimos el número de teléfono de la casa en cada cartel para que pudiesen llamarnos.

Además, tenía una nueva compañera de cuarto. Jessica decidió quedarse a dormir en mi casa. No puse peros, adoraba tenerla cerca, era como mi mejor amiga. Luego del regaño de mi madre, nos hicimos más unidos. No se separaba de mí en ningún momento.

Y de hecho, la usé. Bueno, en realidad tomé provecho de sus feromonas de alfa para poder moverme por la noche de la ciudad.

A pesar de la pesada energía que se sentía por las calles, no nos topamos con ningún incidente que destacar. Excepto por uno. Íbamos por un elegante parque que no terminaba de ubicar en el mapa, dentro de las calles de Queens, cuando unos alfas que se movían en grupo aparecieron al otro lado de donde dábamos nuestro paseo.

No supe por qué, pero sus presencias no me dieron buena espina. Incluso llegué a dar un paso atrás casi sin darme cuenta. Pero me topé con Jessica, quién frenó nuestro paseo en cuanto sintió que me estaba poniendo impaciente.

Cerré los ojos, hasta que sentí que había pasado el peligro. Había dejado de respirar y mi corazón bombeaba en mi pecho. ¿Qué habría hecho de estar solo? ¿Me estaba volviendo paranoico? ¿Qué me hizo sentir náuseas cuando sentí el leve aroma de esos alfas?

–Piensan que somos pareja –interpuso Jessica, esperando con paciencia a que me recompusiera. Secando mi sudor frío con un papel que traía consigo. Su comentario me pareció muy gracioso.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Where stories live. Discover now