☼ Capítulo 32. No perteneces aquí (II)

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28 de Marzo de 1980.

Nueva York, Manhattan.

Mis nervios aún estaban en punta, cualquier palabra o ruido que escuchaba me hacía brincar.

Presioné a "La manada" porqué nos fuéramos lo más pronto posible del escondite pero seguíamos en "La Cueva", rodeado de lobos en los que mi confianza se encontraba depositada. Entraban y salían personas de todo tipo a refugiarse dentro, pero la gran mayoría eran "lobos" confiables.

–¿Entonces quién nos ha traicionado? –murmuró Kong. Su codo apoyado sobre una silla, mientras la mayoría de nosotros corríamos de un lado a otro preparando gasolina, munición y demás para irnos.

–Eso es a lo que ha salido Bones –la voz de Alex se oyó muy a lo lejos, entre los escombros, donde teníamos almacenadas armas y municiones–. A cazar bastardos.

Mi boca estaba cerrada. Si hablaba diría lo que no quería decir en ese momento. De la tristeza y desesperación, mi estado había bajado a la tranquilidad de un momento a otro. Igual a una alocada montaña rusa. Como si la tormenta en mi interior se hubiese calmado.

–Está aquí –informó nuestro enorme compañero moreno. Poniéndose de pie para dirigirse hacia donde nos encontraríamos con Bones–. No viene solo.

Al oír eso, dejé lo que estaba haciendo. No me importó la vital tarea que estaba preparando un segundo antes. Si el omega venía acompañado, solo podía significar una cosa. Traía al culpable. Me puse de pie y seguí a Kong por detrás, para rebasarlo en un instante.

Me topé de frente con un tropel y a Bones a la cabeza. Me puse de frente, esperando su explicación. Aunque era obvio que al chico que traía tomado del cuello fuese el principal culpable. Fue Bones quién escogió a aquellos que debían resguardar la casa de Eiji, cinco de nuestros "lobos" jóvenes. No es de extrañar que se sintiese culpable. Y no podía negar en voz alta que le echaba bastante de la culpa.

Lo arrojó contra el suelo, el chico cayó a mis pies y ahí se quedó, mirando el piso mientras se mordía la lengua. Bones tomó a otro de los que lo acompañaban e hizo lo mismo. El par se desplomó en el piso, apenas sostenidos por sus brazos, débiles. Habían sido amedrentados por Bones y los sujetos a sus lados.

No me importaba la tortura que les hubieran hecho pasar, no sería suficiente para compensar lo que sentía.

–Ash, no puedo perdonarme por lo que pasó –Bones, se veía arrepentido. Dolido.

Su actitud pasiva, sus puños pelados y su ropa sucia, me hicieron experimentar otra cosa que no fue piedad ni empatía. El fuego se deslizó desde lo profundo de mi pecho, explotando en mi cerebro y en mi corazón, recargándome de nueva energía.

Estaba atravesando la fase del enojo. Sin pensarlo dos veces y sin contestar a las palabras de Bones. Desenfundé la pistola en mi pantalón, pesaba, pero la sostuve con una sola mano y con el brazo estirado. Estoy seguro de que mi postura y mis ojos gritaban que estaba furioso.

Los demás "lobos" dieron un paso para retroceder, ni siquiera tuve que pedírselos.

–Denme, en este mismo momento, una sola razón por la que no debería matarlos –cargué el arma de un movimiento. Apunté al chico de la derecha–. Tú primero.

–Y-yo –tartamudeó, intentando poner sus manos en alto, mirando desde su patética posición. Mi paciencia se agotaba, él pareció notarlo, se apresuró antes de que decidiera dispararle sin darle un segundo más–. Él me obligó.

Disparé. Por fin dejó de hablar. Arrastraron su cuerpo lejos de la escena, dejando una línea de sangre cuando lo movían.

Su compañero comenzó a temblar y a rogar, también lloraba.

–Tu turno –apunté el arma hacía él ahora

–Lo hice por el bien de "La manada" –escupió con seguridad. Su rostro lleno de lágrimas mostraba una horripilante sonrisa. "Este bastardo parece hablar en serio". No contesté, iba a disparar, pero él continuó hablando–. Ese omega te estaba cambiando, ya no era lo mismo. Había podido recuperarme de mis deudas pero dejamos de traficar con omegas...

Disparé. Hice que la bala diera al piso a propósito, para silenciar el tema.

–¿Creías que iba a agradecerte? –pregunté, serio.

Sus ojos tenían el odio tatuado en ellos, no quedaba pizca de respeto ni de sumisión. Ya no me tenía en su ideal de líder.

–¿Ves? En otra circunstancia me hubieras felicitado por la buena venta...

Su arrogancia, a pesar de estar ante las puertas de la muerte. Me hizo sentir enfermo y que mi ira irracional se volcara en él. Antes de acabarlo dije:

–¡Es una maldita persona! –grité–. ¡No podemos tratarlos como objetos!

Y disparé. Cayó con los brazos extendidos. Era joven. Pero eso no me detuvo, seguí disparando a su cadáver, hasta que el cargador se agotó tras cinco balas. Seguí presionando el gatillo que, seco, no daba para más.

Acabé. Me puse de cuclillas. Pensé que esto no me hacía sentir satisfecho para nada. No quería a estos peones. Quería a aquel que consiguió sembrar la idea en sus cabezas.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Kde žijí příběhy. Začni objevovat