☀ Capítulo 37. Limbo

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3 de Mayo de 1980. 

Queens, Nueva York.

Los días anteriores podía presumir de estar vivo.

Más en este momento respirar dolía, por el fuego que consumía el oxígeno y llenaba de humo mis pulmones. Permanecí tumbado boca arriba, aferrando mi camisa empapada de sangre que no sabía si era mía o de Arthur.

Evitando mayores daños elegí quedarme quieto sobre el suelo. Mi oponente, este alfa rubio, ya no se movía. Tardé bastante en conseguir que dejara de pelear, disparándole en el abdomen, golpeándole en la cara con fuerza e incluso luchando con mis uñas. Por un instante, sentí que pronto lo seguiría a dónde su alma había ido.

Alex llegó al piso de la "Casa de Subastas" dónde nuestra lucha se llevó a cabo. Agradecí mentalmente que se presentara, tenía sus propias preocupaciones y heridas que sangraban. Apresurado me tomó de los hombros para arrastrarme por el suelo, con la intención de sacarme del cuarto y del edificio. Venía solo, así que le tomó tiempo. Luego de que nos encontramos fuera, con el aire que limpiaba mi interior, se le sumó alguien. Quién me cargó como si no fuera nada para subirme a un auto.

Después de unas horas me enteraría que era Max, que tras dejarme atrás de la camioneta y cubrirme, se quedó en la escena para armar un escenario falso.

Alex me llevó a otro escondite, que fue preparado por Blanca. Ahí esperé a recuperarme y que la noticia de mi fallecimiento se hiciera público.

Gracias a la experiencia de Max para entender cómo funcionaban los medios y dejar un cadáver similar al mío junto al de Arthur, todo fue un rotundo éxito. Siguiendo con la intervención de Blanca, fue suya la idea de fingir mi muerte para obtener la libertad que deseaba, de manera pronta pero no definitiva.

Me apenaba admitir que mi obsesión por Eiji no paró al "morir", sólo se incrementó. A veces, lo encontraba sin querer por las calles, rodeado de personas que ubicaba de poco, con las que reía y se divertía. Otras tantas lo buscaba por mí mismo, sin hallarlo o topándome con segundos de su presencia. Cómo si se multiplicara por la ciudad. E incluso solía confundirme y verlo dónde en realidad no estaba.

Cierto día, lo encontré, pero como no era la excepción no pude acercarme a él. Permanecía apoyado fuera de un ruidoso bar, sus mejillas sonrojadas y los ojos brillantes. Habría bebido más de la cuenta.

Nosotros estábamos encubiertos, era una zona que pertenecía al nuevo líder que puso Golzine para administrar; en ese momento el jefe italiano se hallaba resguardado y sin dar apariciones públicas. Nuestro plan era atosigar a este nuevo peón suyo con problemas típicos de robar mercancía, golpear a sus chicos, entrometernos en las compras y en general, joderla un poco. Golzine no se quedaría de brazos cruzados, sería cuando aprovechamos para hacer nuestra movida.

El hombre que tras perder a Arthur y a mí, se quedó sin una persona en la que pudiese confiar importantes tareas, un igual que consiguiera resultados impresionantes y que sobre todo, tuviese comiendo de la palma de la mano; no tenía a nadie. Financió nuestra pequeña guerra creyendo que al terminar nuestra lucha a muerte uno quedaría para servirle.

Sin embargo esto no era suficiente para hacerlo perder la cabeza, lo sabíamos. Queríamos que se sintiera arrinconado, sin salida y que experimentara la desesperación de que a pesar de estar muertos, estábamos tras su sombra. Evitando que nos encontrara, al tiempo que nos volvíamos seres tangibles que a la vez seguían enterrados bajo tierra. Una misión complicada que solicitaba ser precavidos con cada detalle.

–Aslan –me llamaron. Solo tenía tres compañeros que me acompañaban en lo que quedaba del trayecto final, ambos decidieron que no dirían mi otro nombre en voz alta, para no levantar sospechas.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora