☼ Capítulo 21.5 Bailando entre metáforas

1.5K 307 132
                                    

12 de agosto de 1970

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

12 de agosto de 1970. 

Queens, Nueva York.

Pensativo, jugaba con sus pálidos pies descalzos, mezclando el agua enlodada. Los zapatos azules y los calcetines amarillos estaban apartados para que no ensuciaran. El niño veía a los pececitos huir de sus movimientos y a los patos salvajes nadando pacíficamente a lo lejos. El cielo despejado de nubes, azul profundo y cubierto por las altas copas de los árboles.

–Encontré el lugar donde vi las azucenas... –mi voz era suave. Para no sorprender al niño inmiscuido en admirar el lago. Me acerqué con pasos cortos a su espalda–. ¿Quieres verlas?

–¿Qué sentido tiene? –su tono cargaba enojo, aunque no conmigo. "Que el cielo me libre". Sé que él solo quería llorar. Lo vi tallarse los ojos con fuerza–. Ella está encerrada en ese horrible lugar.

–P–puedes llevarle algunas –murmuré con nerviosismo, sabía que mi amigo lloraba–, te doy permiso para arrancarlas –acepté, a pesar de mi renuente decisión a desprenderme de ellas con anterioridad–. No llores, Eiji.

–¡No me dejan llevar nada! –gritó, descargando su frustración sin compasión alguna–. Déjame en paz, no lo entenderías Aslan.

"Si no lo entendía, entonces ¿por qué seguía ahí?".

–¿Te cuento algo?–. Él me ignoró con frialdad. Enredé mis pequeñas manos entre sí sobre el pantalón corto, bajé la cabeza para murmurar–. Hoy es mi cumpleaños.

Me senté a su lado, con las manos arrancaba el pasto húmedo, y no levanté la mirada. Mi plan funcionó, ahora tenía su completa atención.

–¿Lo dices en serio, Aslan? –talló sus rasgados ojos con sus nudillos, sin compasión. Volviéndolos aún más rojos–. No tengo nada que regalarte.

–No importa, no estoy triste, así que tú tampoco deberías seguir llorando –detuve su mano, para evitar que siguiera haciéndose daño. No entendía muy bien su dolor, pero estaba seguro de una cosa, no me gustaba verlo triste–. ¿Puedo pedirte ir a ver las azucenas?

Se frotó la cara con la otra mano, sin que pudiera evitarlo, sorbió sus mocos como un niño. Bueno, era un niño, ambos lo éramos. Aunque me llevaba un par de años, era inmaduro e incluso así, lo veía como un hermano mayor.

–Creo que puedo hacer eso por ti –unió nuestras manos, poniéndose de pie de inmediato, jalándome hacia arriba. Sin olvidar antes colocarse los zapatos de nuevo.

Le seguí unos pasos, antes de apretar con fuerza nuestras manos y ponerme delante de él, para guiarnos adecuadamente. Comenzamos a reír, bromeando con chistes sin sentido, resbalando por las piedras lisas y mojándonos con las gotas acumuladas en las hojas de los árboles y arbustos. Escalamos un pequeño monte, sobre el cual había una enorme roca con filos. Resoplando quedamos en el borde donde podíamos ver los alrededores.

Del otro lado, justo abajo, las azucenas "salvajes" florecían en desorden. No eran muchas, las intenté ayudar a florecer al arrancar yerbas sin utilidad, desprendí algunos tallos de flores por mi inexperiencia. Si la niña, hermana de Eiji, no las hubiera encontrado. Dedicando su tiempo a explicarnos acerca de su belleza, las habría pasado como el resto de las plantas. Habían brotado con sus bonitos pétalos blancos apenas unos días atrás.

–Crecieron solas –bajamos con cuidado de no pisarlas, quise lucirme y continué hablando–, son "salvajes" –tomé una de las flores, sin pensar en arrancarla, porque sabía que a Eiji eso no le gustaría.

–Se dice "silvestres" –me corrigió, con sus pequeños dedos frotando los pétalos de una. Sus ojos enfocados, mientras los míos no se apartaban de sus movimientos, el tacto aterciopelado era casi mágico. De pronto, volvió a comenzar a llorar, sin decir una sola palabra.

Me tomó por sorpresa, no sabía qué decir. Lloraba mucho, como un bebé, con gruesas lágrimas chorreando por su barbilla. Mis ojos escocían, me haría llorar también. "Hace mucho que no lloro", recordé. Eiji lloraba por todo.

Solo se me ocurrió una idea, lo había leído en una novela y muchos adultos lo decían en voz alta. Lo intentaría y si no funcionaba mi amistad, no podría verse afectada porque así era él, no dejaría que sucediera.

Si no lo hacía, seguiría llorando sin que yo pudiera hacer algo y el recuerdo de las flores brotando se vería manchado con tristeza. No quería eso.

–Eiji –me arrastré en cuatro hasta él, quiso alejarse de mí, pero volví a acercarme.

–Déjame, ¡no me gust...!

Hice que nuestros labios se juntaran, no sabía cuánto tiempo era lo adecuado, los que había visto duraban tiempos aleatorios. Yo tenía los ojos cerrados, Eiji no se alejó y parecía haber dejado de llorar. Faltaba algo en ese beso, no entendía qué, sólo nos quedamos inmóviles.

Abrí mis ojos para cerciorarme, no sabía de qué, antes de alejarme. Tenía algunas lágrimas atoradas pero el rastro en sus ojos estaba limpio. Los tenía muy abiertos, así como la boca. Sus mejillas ruborizadas, mi rostro también estaba rojo, como un tomate.

–Perdón –disculparme fue lo primero que se me ocurrió–. Por lo menos funcionó, dejaste de llorar.

❀❀❀❀❀

✒Nota de la autora

Con esto queda 100% asegurado quién es Aslan/Rubio.

Por cierto, ¿cuantos besos robados llevan contados, ustedes? Veamos quién le atina...

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Where stories live. Discover now