☾ Capítulo 30. Engaños (I)

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27 de Marzo de 1980. 

Queens, Nueva York.

Le mentí a Jessica, bueno, no del todo. Le omití detalles al contarle, para ser más preciso.

En cuanto despertó le di la noticia de la llamada que hizo Ash en la madrugada. De inmediato se puso a renegar mientras masticaba su desayuno, waffles rebozados en miel de maple, café y un gran vaso lleno del azucarado jugo de naranja que era su favorito.

–¿Por qué ahora? –preguntó, comiendo con odio, manteniendo un tono lo suficiente para hacérmelo saber.

–No sé, Jessica –contesté con la verdad–. Me dijo que dudó varios días antes de llamarme.

–Y vaya que fue insistente –me apuntó con su tenedor–. ¿"Te llamaré cada hora hasta que contestes"? ¿Hasta dónde piensa ser acosador? –ella oyó el mensaje que dejó en la contestadora.

–A mí me pareció lindo –me sonrojé. Intenté ocultarme tras la caja de leche.

Guardó silencio, sin mirarme. Con la vista sobre el pequeño panorama de nuestra mesa de desayuno. Los gatitos seguían con ánimos, jugando con los hilos que deshilacharon de la cortina.

–¿Vas a ir?

No contesté de inmediato, pretendiendo que estaba terminando de pasar mi bocado actual. Esperé unos segundos, asegurándome de no hacer contacto visual con ella.

–Sí, me pidió que fuera temprano –no me moví.

Era una mentira. Nuestra reunión no se daría hasta la noche. Pero necesitaba volver a la Biblioteca Pública, solo. Sin nadie que me dijera que hacer y dándome información que no me serviría.

–Entonces, cuídate mucho y no olvides que de ser necesario voy, para enfrentarme a él –hizo un ademán para demostrar que era muy musculosa. Sin dudar, Jessica era mucho más fuerte que yo, que cualquier omega.

Habíamos terminado de comer, recogido la sala y lavado los trastes. Los gatitos dormían sobre la cama improvisada, rodeados de hilos y papeles. Los tres, uno sobre el otro.

–Bueno –luego de vestirme, ponerme la gabardina y ropa abrigada debajo. A pesar de la falta de nieve, el aire frío corría por las calles sin piedad–. Regresaré por la noche.

–Eiji –en la puerta de entrada, todavía vistiendo la bata de dormir y con la pesadez de la mañana bañando su rostro. Me despidió–. Siempre tendrás un lugar seguro al cual regresar, te esperaré aquí con una cena caliente y con estos gatitos en nuevos hogares.

Habíamos planeado que por la tarde aquellos que llamaron por información para adoptar, se citaran en la tarde. Confiaba en su juicio para darlos a las personas adecuadas y que no les harían daño.

–Volveré, lo prometo.

Viajé solo en el metro, rodeado de cientos de personas, tenía cierto temor por andar sin acompañante. Me parecía que los alfas me miraban y los betas me intimidaban, los omegas eran una minoría que no noté hasta que intenté buscar identificarlos.

Tenía miedo. Pero era necesario. Jessica jamás me habría permitido inmiscuirse con los problemas de mi pasado y Ash, por alguna razón tampoco me daba vía libre.

Cuando ingresé a la sala repleta de libros, me recibió la bibliotecaria de la vez pasada. La reconocí porque fue una de las pocas omegas que había visto además de los de la agencia de modelos. Su collar rojo, como un lazo y su cabello corto, hasta los hombros.

–Buenos días –saludé.

–Buenos días, hoy viene temprano –me tendió la carta para apuntar los libros que fuesen de mi interés–. Y viene solo.

No le tomé atención, murmurando mi respuesta y siguiendo mi camino. Rebuscando entre los restos que me dejó la vez pasada Ash. Y de hecho, los pocos libros que me había dejado leer ya no estaban. "Debí llevarme los que leí cuando tuve la oportunidad".

–Disculpe –una voz a mi espalda.

–¿Sí? –de cuclillas, en el piso, intentando alcanzar algún vestigio que hubiese quedado atrás.

–¿Viniste hace unos días no es así?

Me sorprendió la familiaridad con que se dirigió a mí, quizás a causa del collar en mi cuello, el cual compartíamos por ser del mismo género.

–¿SÍ? –se trataba de la bibliotecaria, la que me había dado la bienvenida hace solo unos minutos–. ¿Qué se te ofrece?

–¿Puedo hablar contigo un momento?

–Seguro.

Miró a los lados, como si temiese que alguien pudiera oírnos.

–En un lugar más privado –murmuró. Acercándose a mí, con cuidado–. Salgo en 30 minutos de mi medio turno, ¿te importaría esperar?

–No entiendo, ¿qué tienes que decirme? –receloso y probablemente con un poco más de experiencia sobre relacionarme con extraños, me animé a preguntar.

–Es que estoy segura de que te vi merodeando en los archivos de cierto periodista, junto a ese chico rubio –muy bajito, con la voz casi inaudible, me dijo.

–"Nidvemis" –murmuré. Sus ojos me observaron, asustada, giró a todas partes pero no había nadie cerca.

–No digas ese nombre aquí –se alejó, antes de tomar su aire profesional para hacerme otra pregunta–. ¿Escucharías lo que tengo que decir?

Y por un presentimiento que sentí, decidí que lo mejor era seguirla. 

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✒Nota de la autora

Lo lamento, capítulo corto, sigo con poco tiempo. Prometo mejorarlo en el siguiente capítulo. Nos vemos la próxima semana.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Where stories live. Discover now