EPÍLOGO

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Ryle me miraba concentrado, de tal forma que sus ojos parecían dos  preciosas dagas enterradas en mis movimientos mientras yo pensaba en que pieza mover ahora.

Despacio tomé con la punta de mis dedos un caballo blanco y lo ubiqué en la parte negra del tablero de ajedrez, justo en la reina de Ryle.

—Gané. —susurré con una sonrisa victoriosa y presumida.

—Es que te dejé ganar. —alardeó Ryle mientras se levantaba del asiento indignado.

Habían pasado dos semanas desde que la reina murió. Desde que la asesiné a ella y al rey, dos semanas desde que perdí a Lúa y dos semanas llevo sentada en el trono de la realeza de Inglaterra.

Si hubiera visto esto antes, si en algún momento, cuando me encontraba huyendo por mi vida y prometiendo un odio irrevocable a la monarquía hubiera sabido que la persona que ocuparía aquel trono que tanto quise destruir sería yo, quizás me hubiera negado a acompañar a Ryle al castillo. Y hubiera cometido un error.

Porque por alguna indescifrable razón, Ryle me hacía sentir, más de lo que pude alguna vez imaginar, tenía una razón para sonreír cada día, y para llorar, y para vivir. Y eso era algo invaluable.

Porque aquellos ojos verdes hacían que todas mis emociones vibraran a color.

—Iré a ver los preparativos. —Ryle salió de la habitación luego de besarme y me quedé sola en esa enorme alcoba.

Me miré al espejo unos segundos, aquella pálida piel que había puesto mi vida en riesgo pareció adoptar un nuevo brillo, pero mi atención se la robó la corona que yacía frente al tocador, incrustada de cristales azulados y  finos, tan delicada, hermosa y pequeña, y tan llena de odio y sangre.

Yo no quería ese poder, al menos, no de esa forma, no quería portar una corona y que todos fueran sumisos ante mi presencia, no prefería ser temida ni intimidar a las personas o cometer injusticias, no queria usar esa corona y no quería ser como la reina Narine. Jamás.

Me permití usar mis poderes, una última vez. Hice que el fuego apareciera en la palma de mi mano a mi disposición y con un solo disparo aquella corona llena de sangre se desintegró, se esfumó y se volvió cenizas.

Caminé hasta la puerta y la abrí despacio, bajé por las escaleras del castillo que tanto había odiado y que ahora se convertía en mi hogar.

Entré al gran salón y todas las personas aplaudieron al unísono, me miraban con admiración, como a una reina, expectantes de lo que yo fuera a decir y el corazón se me encogió.

Ryle apareció junto a mi y con su mano entrelazada a la mía supe que nada podría salir mal.

Caminamos a nuestros tronos y me aferré al respaldo, sintiéndome tan pequeña en aquel enorme salón, sabiendo que la reina era yo.

Di todos los anuncios que pude, el primero fue que ninguna bruja moriría a manos de la corona nunca más, a muchas personas pareció molestarle, pero no me importó.

Luego de dar toda la información que creí prudente, me levanté de mi trono y comenzó el baile.

No era un baile de máscaras, pues ya no había nada más que ocultar.

Estaba todo el pueblo invitado, los duques, zapateros, artesanas y brujas incluidas, y el corazón me martillaba al ver a tantas mujeres y brujas  libres, sin tener que escapar por ser quienes son.

Supe que si todo seguía así, no tendría que ocupar esos poderes nunca más. Y eso fue un alivio indescriptible, porque aquellos días siguientes a usarlos para dañar a la reina sentí que moría. 

Bailé con todas las personas que se me acercaron, algunas me miraban como si mi comportamiento no fuese lo suficientemente adecuado para una reina, pero no me importó, fui feliz, como si mi vida dependiera de aquello.

Cuando comenzó a oscurecerse y mi vestido color vino se empezó a arrugar, sentí qute alguien me jalaba la muñeca.

No tuve que voltearme para saber que me encontraría con Ryle.

—Ven. —susurró mientras me alejaba del salón del baile y me llevaba a los jardines.

Lo seguí por los pasillos iluminados del castillo y los guardias nos miraban expectantes.

Al llegar al jardín se tiró en el césped húmedo como si fuera un niño pequeño y su camisa blanca se tiñó de verde, como si no fuera de la realeza y como si nada importara más en ese momento.

Me recosté a su lado y juntos miramos las estrellas, un silencio abrazador nos envolvió.

Hasta que sentí la necesidad de romperlo.

—¿Ryle?

—¿Sí?

—¿Por qué me salvaste?

—¿Cuando nos conocimos?

—Sí.

Suspiró un segundos y me volteé para mirar su perfil, su nariz perfectamente angulosa y su mandíbula tensa.

—Porque me enamoré de tus alas.

Me estremecí un segundo.

—¿Qué?

—Cuando te vi, me enamoré de tus alas. Me enamoré de tus alas desde que fueron un vacío lienzo en blanco la primera vez que te vi, con esa expresión de odio irrevocable, me enamoré de tus alas cuando estaban siendo meticulosamente coloreadas porque te vi crecer y sentir, y me enamoré de sus alas cuando estuvieron listas para volar, y comenzaste a sentir.

Respiró sin dejar de mirar las estrellas y dudó un segundo antes de agregar algo más.

—Y como me enamoré de tus alas, no pude cortarlas.

Después de todo, seguíamos siendo eso, un arrogante príncipe y una frustrada bruja que tropezaron en el camino del otro.

Fin

Nota de la autora.

¡Hola! Este es definitivamente el final de TDB y en verdad agradezco muchísimo si leyeron hasta acá, me demoré algo en subir el epílogo pero estoy trabajando en más cosas, muchísimas gracias por leer❤️

PD: haré un libro con la historia de Narine, su historia de joven y del príncipe del que se enamoró y la traicionó. La estaré subiendo en unos días así que estén atent@s!!!

Muchas gracias por todo!!

Trono De Brujas ✔️ (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now