two.

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BRIELLE MONROE

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BRIELLE MONROE.

—Y esta es la rutina, chicos, lo hicieron en veinticinco minutos de diversión. Por favor den al botón de like...

Apagué la televisión y Chloe Ting desapareció de la pantalla.

—Joder, qué tortura —jadeé, tirándome al frío suelo de mi cuarto.

Eran las siete de la mañana y me había despertado una hora antes para hacer ejercicio. Ese día de seguro se moriría alguien u ocurriría alguna catástrofe nuclear, como mínimo.

Tras regular mi agitada respiración, me fui a dar una ducha caliente. Salí del baño con una bata roja y comencé a ordenar mi ropa en el armario mientras veía qué ponerme.

Me vestí para ir a la universidad con algo casual. Es decir, me planté una minifalda negra, una blusa del mismo color, y encima un largo abrigo de piel roja. Es que tenía que verme fabulosa, llamar lo suficiente la atención y no morir de frío al mismo tiempo. Cuando ya parecía una mezcla entre estrella de Hollywood, Cruella y la esposa de un traficante, supe que estaba lista.

Bajé las escaleras y me encontré con los demás tomando desayuno. Me senté con ellos y me serví un vaso de agua.

—Buenos días —dije después de tragarme un sorbo.

—Buenos días —dijeron todos al mismo tiempo, distraídos en la televisión.

Fruncí el ceño con confusión debido a que parecían muy interesados. No me concentré en lo que estaban viendo hasta después de que partí por la mitad un pedazo de limón y le puse sal encima.

En las noticias estaban hablando de un caso muy misterioso del asesinato de un hombre llamado Gregory Knight, realizado hace poco menos de un año en un hotel de otra ciudad, específicamente en Roswell, Georgia.

«El misterioso caso de lo que muchos llaman "el crimen perfecto"» decía el slogan.

Hice una mueca y miré a los demás, que parecían hipnotizados con la tele. Hasta que tosí ruidosamente no despegaron la vista de ella.

—Cielo, no se pudo ingresarte en la universidad para que asistieras hoy —me dijo mamá con cierta tristeza—. Hay que esperar a que se realice bien el papeleo e irías la próxima semana.

—Oh... —murmuré con decepción—. ¿Por qué no me avisaron antes? Pude haber seguido durmiendo.

Me quedé mirando la televisión un momento, viendo la cara de la persona a la que mataron con el ceño levemente fruncido. Era un hombre que debía haber tenido unos cuarenta años, con los ojos azules y el cabello rubio.

La bocina de un auto me sacó del ensimismamiento y Leandro se puso de pie tan rápido que casi vuelca la silla.

—Debe ser Nai —dijo—. Adiós.

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