twenty five.

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BRIELLE MONROE

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BRIELLE MONROE.

Después de salir de la ducha me puse una bata roja de seda para cubrir mi cuerpo desnudo, dejé caer mi cabello mojado tras mi espalda y empecé a maquillarme. Nash había dicho que pasaría a buscarme antes de ir a jugar bolos con los chicos, para que así pudiésemos pasar tiempo juntos.

Cuando me estaba aplicando el rímel en las pestañas sentí el timbre de la casa sonar. Me levanté de un brinco, me encajé mis pantuflas y salí corriendo escaleras abajo.

Lo primero que vi en cuanto abrí la puerta fue un enorme ramo de flores rojas, envueltas con un bello papel negro. Nash, que se cubría el rostro con el ramo, se asomó por arriba, sonriéndome y enseñando sus hoyuelos.

Ese gesto estuvo a punto de derretirme.

—Tú estás obsesionada con el color rojo y yo estoy obsesionado contigo —dijo—. Así que ahora ponte a chillar de emoción, recíbelas y dame un beso.

—¿Me estás jodiendo? —solté.

Bajó un poco los hombros y frunció el ceño.

—Por Dios, Brielle —gruñó—. ¿Es eso lo que me vas a decir? Mira, practiqué esto, y en ninguna de las realidades que inventé me decías eso.

Me cubrí la boca y me reí a carcajadas.

—Lo siento, fue la sorpresa. —Sonreí con inocencia y recibí el ramo de flores, que pesaba bastante, y me estiré para darle un beso—. Muchas gracias, Nashie, son preciosas.

—Como tú.

No sé cómo, él me agarró de la cintura y me levantó del piso para besarme. Le seguí la corriente sin importar que, cualquiera que se asomara por la escalera, nos veía en medio de esa muestra de afecto bastante comprometedora. Nash metió sus manos debajo de mi bata y enredé mis dedos en su despeinado cabello negro, sin dejar de sonreír.

Me aparté tras unos segundos, limpiando la comisura de sus labios que quedó manchada con mi labial rojo.

—Gracias —susurré—. ¿Cómo estás?

—Mejor que nunca —contestó.

Sonreí y lo abracé por el cuello, apoyando la mejilla en su hombro. Pasaron unos segundos hasta que volvió a hablar.

—Veo que no estás lista —comentó, dejándome de vuelta en el piso.

—No —dije, acariciando su pecho mientras nuestras miradas se enredaban—. ¿Me acompañas a terminar de alistarme?

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