forty eight.

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BRIELLE MONROE

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BRIELLE MONROE.

Al fin Richard me sirvió de algo más, porque gracias a él supe que Gregory se encontraba en un hotel en el centro de Roswell. Robé un libro de la biblioteca del pueblo sobre la arquitectura de algunos edificios locales y estudié cuidadosamente unos planos del hotel, preparando todo lo que necesitaba.

Ese día, alrededor de las nueve de la noche, me fui caminando por las calles vacías, frías y oscuras. Sabía que Gregory estaría solo y llegaría casi a medianoche de sus negocios, así que me tomé mi tiempo.

Lo primero que hice fue escabullirme por una ventana de un pasillo del primer piso que, bien sabía, no tenía cámaras, y me dirigí silenciosamente al generador eléctrico del hotel. Bajé todos los interruptores y corté todos los cables con un cuchillo carnicero. La luz no tardó más de tres segundos en cortarse.

Fui a la recepción y dormí a la persona encargada con un paño lleno de cloroformo al tiempo que la ahorcaba para que el efecto fuera más rápido, luego la encerré con llave en un armario de limpieza, pues sabía que el efecto de ese químico no duraba mucho como en las películas se mostraba. Busqué la habitación de Gregory en el registro y salí del edificio para esperar a que llegara. Cuando vi su auto estacionarse, lo seguí hasta el cuarto y toqué el timbre unos minutos más tarde.

—¿Brielle? —preguntó él cuando me abrió la puerta, y alzó las cejas—. Qué sorpresa, creía que me odiabas.

—Es que... —fingí un sollozo—, no sabía a dónde ir porque mis padres... Digo... Mi madre y mi padrastro se pelearon y... Supe que usted estaba aquí entonces... No tengo a nadie, señor, a nadie.

Gregory me agarró de la muñeca y me atrajo hacia él con suavidad. Me rodeó entre sus brazos y el solo hecho de que me tocara me hizo tener ganas de vomitar. Él cerró la puerta y fingí que había dejado de llorar para apartarme de él. La única luz que iluminaba la habitación era la de la luna, que se colaba por la ventana, y un par de velas que él había encendido antes de que yo llegara.

—No sabía que te habías teñido el cabello —comentó Gregory, tomando un mechón de la peluca negra que llevaba puesta. Era más alto que yo, pero no le tenía miedo—. ¿Qué haces con ese traje tan raro?

—Vengo de la universidad, estuvimos haciendo una actividad extra —contesté, encogiéndome de hombros, fingiendo estar limpiando de mi rostro unas lágrimas que no existían—. Este traje forense lo conseguí en la facultad de los Criminalistas, me queda horrible.

—Claro que no, te ves bien. —Gregory me miró un momento con sus ojos azules entrecerrados—. ¿Qué es lo que te pasó?

—Prefiero no hablar de eso —respondí—. Dios, ni siquiera sé qué estoy haciendo aquí... Si le molesta puedo irme, de verdad.

—No tengo ningún problema, ponte cómoda —repuso, y una sonrisa de satisfacción apareció en su rostro.

Asentí con la cabeza y me adentré más a la habitación, quitándome el sombrero del traje blanco que llevaba y tomando asiento en una silla. Gregory se puso a preparar té en una cocinilla a gas y yo miré alrededor con el ceño fruncido.

—Qué lindo lugar —comenté—. ¿Sabe por qué se cortó la luz?

—No tengo idea —respondió—. Pero supongo que mañana ya estará arreglado.

—Pero será tarde.

—¿A qué te refieres? —inquirió.

—Nada, nada.

Hubo una pausa.

—Tengo una buena pregunta para usted —dije—. ¿Por qué no está con su mujer?

Él se puso muy tenso; lo sentí aunque no podía ver su rostro ya que me daba la espalda.

—Oh, me refiero a la que vive aquí en Roswell —aclaré—. No a la que vive en otro pueblo, con la que tiene usted hijos.

Las manos de Gregory temblaron un poco y maldijo por lo bajo al quemarse con el agua caliente que le goteó de la tetera por el movimiento convulsivo que hizo.

—¿Usted no tiene una familia? —pregunté con voz suave mientras me ponía unos guantes gruesos—. ¿Después de lo que pasó con Ruby no hubiese preferido volver con ellos? Me refiero a escapar como el puto cobarde que es.

Gregory se enderezó, dejando la tetera de vuelta en la mesa. Pude ver que sus músculos se tensaron un poco bajo el traje que llevaba puesto, pero estaba logrando lo que quería y eso me daba mucha satisfacción, mientras que al mismo tiempo alimentaba mi ira. Su mano se deslizó lentamente por la mesa, a punto de tocar un cajón.

Me puse de pie y le lancé un puñetazo en la cabeza con mucha brusquedad, dándole con uno de mis anillos, que en vez de un diamante tenía una hoja bien afilada. Él soltó un gruñido de dolor, cayendo al suelo, medio aturdido. Con todas mis fuerzas, agarré la corbata de su traje y lo senté en la silla. Aprovechando su leve aturdimiento, lo até al respaldo con mucha fuerza mientras él comenzaba a patalear para intentar librarse.

—Brielle, tú no... no puedes... —balbuceó él, con un chorro de sangre deslizándose por su sien, pero lo enmudecí al poner su corbata dentro de su boca.

Sus ojos azules se abrieron de par en par cuando saqué un cuchillo de mi bolsillo.

—¿Qué? ¿Qué no puedo? —le pregunté, inclinándome hacia él y observándolo con los ojos entrecerrados—. No sabes de lo que soy capaz, Knight.

Él me sostuvo la mirada, despertando más repugnancia e ira dentro de mi.

—Sé lo que hiciste —dije—. Sé que le arrebataste la inocencia, sé que le quitaste la felicidad. Ella era feliz, ella me hacía feliz también a mí, hasta que llegaste tú. Eres un asqueroso de mierda...

No supe cómo, pero sentí que mi mano se movió sola cuando enterré el cuchillo en su muslo, justo en un punto donde sabía que le dolería demasiado. El grito de dolor que vociferó me llenó de pura satisfacción, y me hizo saber que quería seguir escuchándolo.

—Nadie le creyó, te las arreglaste para comprar a todas las personas que pudiste —dije mientras le retiraba el cuchillo y él respiraba con agitación—. Pero en el fondo sabes todo lo que le hiciste a Ruby, y estás consciente de que ella ya no está por tu culpa. Y ahora te vas a morir con ese pensamiento vivo en tu asquerosa y retorcida mente. Tal vez a cuántas chicas más les habrás hecho lo mismo, sé que también has pensado en hacérmelo a mí. Bueno, qué suerte que su violador ahora está muerto.

Entonces le enterré el cuchillo en el cuello para que fuera más fácil matarlo así. La sangre salía a chorros, manchando la peluca negra que llevaba puesta y también mi rostro. Lo observé desangrarse, disfrutando ver cada segundo en los que él se ahogaba y pataleaba, jadeando de dolor, sin poder gritar siquiera en medio de la agonía.

Finalmente, su cabeza cayó hacia adelante y lo vi dar su último suspiro.

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