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seven.

BRIELLE MONROE.

—¿Alguna vez tuviste novio? —curioseó Leandro, que leía uno de mis libros recostado sobre mi cama.

—Sí.

Estaba esperando a que Isaac me fuera a buscar para salir, porque habíamos acordado vernos después de nuestras respectivas clases. Me había avisado media hora atrás que llegaba en veinte minutos y yo recién acababa de arreglarme.

—¿Cómo era? —preguntó Leandro con interés.

—Nos conocimos en la universidad cuando yo estudiaba Medicina, por un proyecto raro que hicimos con los de Criminalística. Él amaba eso —contesté, rodando los ojos al recordarlo—. Bueno, era un completo idiota. Cuento corto, lo dejé después de patearlo cuando quiso pegarme porque me vio hablando con otro chico.

—Woah... Te admiro, no cualquier chica es capaz de hacer eso —dijo—. Hay algunas que se quedan porque tienen miedo.

—Y eso es muy triste —coincidí—. Pero patear hombres abusivos e idiotas podría volverse mi deporte favorito.

Él se rio.

Me miré al espejo, acomodándome el cabello detrás de los hombros. Llevaba unos jeans blancos y una sudadera beige, fue lo más cómodo que encontré para ir a un arcade.

—¿Sabes cómo están nuestros padres? —pregunté, poniéndome perfume.

—Bien, papá dice que volverán la semana que viene —contestó Leandro distraídamente—. Oye, de verdad, siempre tiene que haber un idiota en estas historias, me hierve la sangre cuando salen.

—Es parte de la magia de los libros, compañerito —le dije con diversión, y en ese momento sonó el timbre de la casa.

—¿De nuevo vas a salir? —inquirió Leandro mientras me seguía escaleras abajo—. ¿Es Ryan Foster otra vez?

—No —contesté, mirándome en un espejo pequeño para ver si mi maquillaje estaba bien—. Se llama Isaac.

—¿Qué...?

Mi hermanastro me siguió hasta que abrí la puerta, viendo al chico rubio del otro lado, que estaba vestido de forma muy casual. También llevaba jeans blancos, pero una chaqueta azul encima.

Él y Leandro se miraron y este último se escondió lo más rápido que pudo debajo de la mesa que estaba al lado de la entrada. Fingí no notar nada de la tensión que había, me guardé las preguntas y sonreí.

—Hola —saludé.

Isaac estaba rojo como un tomate, sin dejar de mirarme, como si tuviese miedo de hasta pestañear.

—Hola —me saludó tras reaccionar, tragando saliva y sacudiendo la cabeza—. ¿Nos vamos? Ya tengo boletos para mil fichas gratis.

—Sí, vamos —afirmé, despidiéndome de Leandro con la mano y saliendo de la casa.