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sixteen.

BRIELLE MONROE.

Sentía que la universidad me estaba comiendo viva. Acababa de entregar una maqueta de una casa que transporté por los pasillos del edificio intentando que no se me cayera en el intento. Le grité sin querer a un chico que se me acercó mucho como para botarla, aunque luego le pedí disculpas, y él me pidió el número, cosa que evidentemente no le di y le dije que se olvidara de mi existencia.

Después de dejar la maqueta sobre la mesa de la profesora, donde ya no era parte de mi responsabilidad, sentí una tonelada menos de peso encima. Suspiré al salir del salón y me fui caminando a la clase de Educación Física, con tal de perderme el mayor tiempo posible. No entendía por qué esa materia era obligatoria aun en la universidad, pero las autoridades consideraban que era muy necesario. Odiaba hacer ejercicio frente a otras personas, si lo hacía, lo haría sola. Aunque a medio camino decidí que no me importaba nada y que me iba a saltar esa clase, entonces me fui a la cafetería.

El día estaba muy frío como todos en ese pueblo, agregando que el invierno se acercaba cada vez más. Por eso me compré un café, que últimamente era mi pan de cada día y lo único que me ayudaba a sobrevivir en medio de todas las tareas y trabajos que tenía.

Tomé asiento en una mesa junto a Leandro y Nailea, que conversaban seriamente sobre los disfraces para la fiesta de Jesse, que sería en pocos días —lo cual claramente se me había olvidado por completo—. Yo respondía que sí a todo, porque la verdad no me importaba mucho el disfraz, lo dejaba todo en sus manos.

Nailea resultó ser una chica muy dulce y simpática. En los últimos días me la pasaba con ella y Leandro. Los consideraba mis amigos más cercanos en ese lugar.

—¿Cómo te fue? —me preguntó Nailea—. ¿No tenías clase ahora?

—Sí, pero no quiero ir —repliqué—. ¿Cómo te ha ido a ti?

—No sé qué hago estudiando Derecho, pero supongo que bien. —Ella se encogió de hombros, sonriente.

—Deberías cambiar con Brielle, ella con gusto se lee los dos libros que necesitas leer para mañana —opinó Leandro.

—No, gracias. —Negué rápidamente con la cabeza.

—Me las arreglaré —dijo Nailea, y su expresión cambió a una de desánimo—. O más bien, no dormiré.

—Bueno, dijiste que nos ibas a contar algo —le recordó Leandro.

—Ah, sí. —Nailea se puso un poco roja y se aclaró la garganta—. Calvin me invitó a salir.

—¿Qué? —pregunté, sorprendida—. Espero que le hayas dicho que no.

—¿Cómo le va a decir que no? —inquirió Leandro—. Calvin es como...

—Un idiota —finalicé—. No puedes sacar nada bueno de salir con él, Nai.

—Lo sé —respondió ella, haciendo una pequeña mueca—. Por eso le dije que estaba en algo con Leandro.