forty two.

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DELYA DACHS

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DELYA DACHS.

Me sentía muy agotada, mis párpados pesaban y mis sienes palpitaban de dolor. Terminar un turno de trabajo a las dos de la madrugada no era algo muy sano cuando sufría de insomnio y me despertaba a las ocho de la mañana. Con mucha suerte lograba dormir cuatro o tres horas los fines de semana. Además, ese día me había permitido tomar algo de alcohol con mis compañeros de trabajo.

Crucé la puerta de mi casa dando traspiés. La cabeza me daba muchas vueltas, no entendía qué me ocurría aparte de la borrachera. Hace un par de meses que me sentía así, vacía, como si mi vida no tuviera ningún tipo de sentido.

Un olor desagradable se extendió por la habitación apenas puse un pie en el living de la casa. Era una mezcla de metal, carbón, cerveza y carne podrida. El estómago se me apretó, por lo que me dieron ganas de vomitar y corrí a la cocina en busca de un vaso de agua.

Pero lo que me encontré ahí fue peor.

Un líquido algo espeso goteaba del mesón, manchando todo el piso de un rojo escarlata que me hacía arder los ojos. Cubrí mi boca para ahogar una arcada y me di la vuelta para encender la luz e investigar mejor lo que ocurría.

Pero mi frente se estampó con el mentón de una persona que se encontraba detrás de mí. Di un salto del susto para alejarme, pero volvió a acercarse mucho más.

—Hola, Delya —dijo con una voz que pretendía ser dulce.

Su cuerpo esbelto se elevó ante mí de una forma que me dio escalofríos. Me fijé en que llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano, que goteaba y manchaba el suelo, lo que me hizo soltar un chillido ahogado. No podía ver su rostro además de unos labios rosados y unos ojos grises tan fríos como el cielo en invierno, ya que era cubierto por un pasamontaña.

—¿Quién...? —balbuceé—. ¿Quién... eres?

—¿No me recuerdas? —preguntó, ladeando la cabeza.

Otra persona apareció, entrando a la habitación mientras se limpiaba las manos con una toalla. Era mucho más alta y mucho más musculosa, lo que me dio a entender que era un hombre. Él no llevaba capucha, entonces me llevó a reconocerlo con más facilidad y el corazón me dio un vuelco.

Sus facciones afiladas, el cabello rubio y rizado, sus ojos con mirada profunda...

—¿Gregory? —pregunté, dando un paso de forma inconsciente hacia él.

—Lo recuerdas bien, ¿no? —preguntó.

Ya más cerca comprendí que no se trataba de Gregory. Era un chico mucho más joven y sus ojos no eran azules, sino que de un color como la miel.

—¿Quiénes son? —pregunté con un hilo de voz.

La cabeza seguía dándome vueltas. No me sentía nada bien y el impulso de querer vomitar seguí ahí. Iba a desmayarme en cualquier momento.

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