twenty two.

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INCÓGNITO

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INCÓGNITO.

Mientras fumaba, pasé por fuera de varias tiendas y lugares públicos, pero todo estaba cerrado. Las calles de Roswell se encontraban poco transitadas. De los treinta minutos que llevaba caminando, solo había visto dos autos pasar y unas tres personas caminando por las aceras. No hacía tanto frío como en Carmel, pero de todas formas, y también por precaución, llevaba una capucha que me cubría lo suficiente el rostro.

Sinceramente, no sabía qué mierda estaba haciendo, pero esperaba que saliera bien.

Sin darme cuenta llegué a las afueras de ese lugar.

El hotel ya no funcionaba y tenía aspecto de estar embrujado. Suponía que en su momento fue un hotel muy concurrido y de cinco estrellas, pero desde el asesinato de Knight nadie más quiso asistir a la posada. Las paredes eran de un color crema clarito, pero estaban muy sucias. Alrededor de la construcción había una banda policial para que nadie entrara y en un extremo un par de peluches, globos y velas junto a una foto de Gregory.

—Patético —murmuré, expulsando el humo del cigarro hacia el lado.

No había señales de policías trabajando, y supuse que deberían estar ocupados primero intentando saber qué había pasado con el agente Clement. Él era el jefe y no podían trabajar sin alguien dando órdenes.

Qué inteligente eres.

Comencé a mirar los alrededores del lugar. No era tan difícil entrar, pues no había tanta seguridad, mucho menos ahora que Clement no estaba. Entonces entendí también lo que había que hacer para poder entrar el día que todo estuviese listo.

Seguí adelante sin entretenerme en ningún lugar, excepto cuando fui a comprar unas lindas flores de color rojo. Diez minutos más tarde llegué a mi verdadero destino, que era un restaurante elegante. Al llegar junto a la puerta miré hacia dentro. Para mi suerte había pocas personas, y ahí estaba ella.

Entré fingiendo un aire desorientado hasta que la mujer me hizo un gesto con la mano para que me acercara.

Tenía la piel morena y una larga cortina de cabello negro y rizado que le llegaba hasta las caderas. Pero tenía evidentes huellas de la depresión, como las profundas ojeras bajo sus ojos negros apagados, sin expresión. El consumo de ciertas drogas también dejaba sus marcas, se notaba en sus pómulos, en el color de sus dientes y en la textura de su piel. Eso le opacaba la belleza.

Me acerqué a su mesa con la mejor sonrisa que mi rostro pudo emplear, dejé las flores frente a ella y tomé una de sus manos, besando suavemente sus nudillos.

—Es un placer, mia bella signora.

¿Qué mierda acababa de decir? Según mi perfil falso de Tinder era francés y le hablaba en italiano, la costumbre. Me golpeé internamente por haber cometido ese error. Pero para mi suerte ella no lo notó y se rio como tonta.

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